sábado, 1 de diciembre de 2007

LA VOZ DEL DEBER


VICTOR MANUEL GUZMAN VILLENA

Nada más hermoso que esta comunión de hombres de buena voluntad, conscientes de sus deberes, fieles a sus juramentos, dando tan brillante ejemplo a los que han menester de estímulos para sentir el sacudimiento de energías dormidas por decepciones y fracasos. Parece que en todos ellos habla muy alto esa virtud que libremente se imponen y que se llama deber. Se siente el poder sugestivo del ideal y se dejan arrastrar hacia él atraídos por sus encantos misteriosos, por sus senderos divinos, por sus raudales inagotables de bien, por su fecunda sabiduría, por su eterna, por su infinita belleza. Los obreros del bien en sus múltiples aspectos acumulan molécula tras molécula para levantar esa gran edificación que tiene sus cimientos en la tierra y su coronamiento en regiones que nos son desconocidas porque ignoran la meta a la que van por perfecta que la imaginen; porque el progreso es indefinido, pero laboran con la fe del conocimiento, con la fe de la sabiduría, con la confianza que da la fuerza, con la emoción que produce la belleza. La sabiduría que les lleva de la mano siguiendo el sutil hilo del estudio en esas cámaras misteriosas en que yacen las verdades antiguas como vírgenes que esperan la caída del velo de Isis para ofrendar su concurso al laboratorio de la vida. 

La Sabiduría que a manera de cinta de video descubre a la mente, en progresión incesante los maravillosos secretos de la naturaleza en sus dos aspectos: psíquico y físico, van revelándoles para iniciarles en el gran misterio. La sabiduría, única luz capaz de iluminar el sendero que a través de los ciclos de evolución sigue el arco ascendente hacia aquello incognoscible, hacia lo absoluto, lo inmanifestado. La sabiduría, piadosa hija del cielo que premia la jornada con el beso divino que enciende el alma a la luz de la inmortalidad. Está sustentada en tres pilares que son: La Fuerza: Que da la fe en el poder de la unión de voluntades, de aspiración hacia el mismo ideal, que fortalece los principios que vitaliza las convicciones que alimenta el amor, que consagra el sacrificio, imagen del uno en el mundo de las apariencias, de los contrastes, de la separatividad. La Belleza: Creada para los espíritus delicados traída por el genio helénico para iniciarles en la inefable emoción estética de las almas puras que presienten la forma perfecta del arquetipo. La belleza moral que ennoblece la vida dignifica el alma, purifica el cuerpo y aporta los más finos materiales para la construcción de las sociedades fuertes y saludables. El deber es la aplicación constante de la voluntad a los actos que creemos consagrados al bien común, en virtud de un pacto que hacemos entre nuestra consciencia y las demás consciencias en nuestra vida de relación. La sabiduría que dirige; la fuerza que construye; la belleza que da forma; el deber que obliga a la obra. He aquí los cuatro grandes poderes que dirigen la evolución humana. 

Todos se necesitan y todos se complementan. La sabiduría necesita para manifestarse de la belleza y de la fuerza. La fuerza necesita para manifestarse bellamente que la dirija la sabiduría. La belleza necesita para emocionar que la dirija la sabiduría, que la sustente la fuerza. El deber necesita de las tres para ser lógico. Con estas tres luces vamos hacia la consecución de nuestros propósitos verdaderos; porque toda obra humana que no constituyan estos cuatro elementos de inmortalidad, es deleznable y perece. Pero el bien no perece. Su paso por la tierra deja la huella del paso que no borra los surcos del tiempo. El bien es sabio, es fuerte, es bello porque es el deber mismo. Hacer el bien para ser sabios, para ser fuertes, para ser bellos. Cumplir el deber de alimentar la luz que arde en nuestro corazón, cumplir el deber porque es el único canal por donde fluye esa chispa que nos hace vivir; porque es el suave murmullo que incesantemente canta al oído invitando al deber; él es la palabra que trajo de la India, que guarda el secreto del principio y del fin; como trajo de Roma la palabra de la ley; Persia la de la fuerza; Grecia la de la belleza; Egipto la de la religión, pero sobre todas ha sobrevivido la India porque guarda el concepto único del deber, que es la razón del bien. Pasaron Roma, el antiguo Egipto y la antigua Grecia; pero la India antigua, dándonos las palabras del deber, la palabra del bien, en la Teosofía, la sabiduría, hermana de la masonería, que como blanca paloma, símbolo de Paz, remontó su vuelo y pasó los Himalayas para traer a Occidente la palabra del deber, la palabra de pase por las Puerta de Oro. Los grandes fundadores de religiones, que aunque con distintos aspectos presentan la verdad una e indivisible, sintetizaron sus doctrinas en el deber. Sed buenos que lo demás os será añadido, manifestó Jesús. El odio no cesa con el odio, sino con el amor, dice Buda. Pensamientos puros, palabras puras y obras puras, pronuncia Zoroastro. La tinta del sabio vale más que la sangre del mártir, afirma Mahoma. Piensa en mí, confía en mí, conságrate a mí y suavemente llegarás a mí está escrito en el Bhagavad-Gita. Al progreso de la humanidad, dedicamos nuestros esfuerzos y esto es trabajar a la gloria del Gran Arquitecto del Universo puntualiza la Masonería. Cumplido el deber, conocido que el deber es el bien y que la sabiduría, la fuerza y la belleza son la inmortalidad ¿Qué puede detenernos en nuestro camino? ¿Qué filosofía, qué religión, qué escuela, qué concepción de la vida podrá derribar la única concepción que admite un plan divino?. Hay mucho bueno que hacer en el mundo que nos rodea y para nosotros preferentemente en la sociedad a que pertenecemos. Luchar por la formación de un gobierno justo y entregado a las grandes mayorías y no a los grupos diminutos de privilegio. Debemos obligar a que su gestión pública sea eficiente. Luchar por la eliminación de la corrupción en todos sus ámbitos de acción, desde la política donde se han convertido en mercantilistas que a pretexto de velar por los intereses de la patria, trabajan en beneficio propio y deshonran la toga que les puso el pueblo. Sabemos que una gran desgracia moral corroe los cimientos de nuestros pueblos y amenaza destruir las conquistas de la verdadera democracia, porque detrás de la decadencia están por necesidad la mano del demagogo y el freno religioso que encadena el pensamiento. Pero de todos modos, la voz del deber se impone y está llamándonos aún en los momentos en que damos reposo al continuo bregar de la mente perturbada por los horrores del mundo. Es necesario activar el pensamiento como agente cultural. 

Todos reconocemos la capacidad del ser humano para asimilar conocimientos. Tenemos que llenarnos de posibilidades para obligar a que se nos de oportunidades. Pero estas oportunidades no debemos esperarlas de los gobiernos ni de los políticos, ni de las instituciones cuya acción no trasciende sino a través de nosotros mismos, hombres y mujeres entregados a las causas de la humanidad. Cuando vemos a todo un pueblo gimiendo alrededor de un grupo de favorecidos por la diosa Audacia pregunto: ¿Dónde está la justicia? ¿Dónde está la igualdad, las reformas, las grandes iniciativas, las sabias soluciones, los nobles empeños, dónde el sacrificio, dónde, en fin el deber cumplido? Penetremos con nuestro pensamiento en el despacho del político, del burgués, en la celda de la alta autoridad eclesiástica, en los laberintos de las instituciones públicas, y después de este viaje penoso y desolador nos preguntaremos ¿Dónde está el deber? La contestación es en los pocos iluminados por la luz del sendero. La sociedad como raza necesita sus iluminados. A ellos les toca recoger las iniciativas de pobres insolventes de la sociedad injusta para cumplirlos en la tarea del deber para con nuestros semejantes. ¿Es la obra del deber? El deber es persuasivo porque es útil, es noble porque tiene la delicada esencia de lo sublime, es sabiduría porque disciplinada el alma; es fuerte porque convence; es bello porque dignifica; heroico porque se sacrifica y por todo ello es amable. Pero esas son aspiraciones de almas grandes, y no hay muchas almas grandes en la masa social cuya indisciplina e ignorancia tanto deploramos. Hay que laborar ahí; en el pueblo, en los cimientos, en la base que soporta la riqueza, el lujo, la vagancia, la injusticia, en virtud de su inconsciencia, como la raíz del árbol ignora los esplendores de la copa. Llevemos al pueblo la noción del deber, corramos en su auxilio, es generoso, célebre por su hospitalidad, famoso por su amor al bien, pero cuya tolerancia excesiva y su indiferencia que le hacen demasiado grande o demasiado pequeño no sabemos si es virtud que practica adelantándose al día de la fraternidad universal o defecto de su raza como diría el psicólogo. A la obra, pues iluminados, para ella no necesitamos de los políticos, ni de los religiosos, necesitamos de la fuerza que tiene la sabiduría, fuerza, belleza y deber. A nosotros no nos aguarda el fracaso, porque nuestra labor es espiritual y lo espiritual lleva en sí el éxito que resplandecerá cuando la ley de el golpe de mallete y diga a los hombres de buena voluntad “De pie y al orden.

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