viernes, 19 de septiembre de 2008

MORIRA LA PALABRA ESCRITA


VICTOR MANUEL GUZMAN VILLENA

No es necesario ser un lince para advertir que en nuestra época se opera una transformación radical en lo que se refiere a la importancia de la palabra escrita. La invasión de la imagen y los medios audiovisuales han producido una fuerte conmoción en ese aspecto, hasta el punto de que hay quien preconiza seriamente que, a la larga, la palabra escrita desaparecerá.
Algo semejante a lo que ocurrió a raíz del invento de la imprenta, que asestó un duro golpe a la tradición oral y que sembró el pánico entre los juglares y trovadores que iban de pueblo en pueblo relatando sus historias o sus fantasías. Algo parecido a lo que ocurrió con el advenimiento de la radio, de la que se dijo que acabaría con los periódicos; o de la televisión de la que se dijo que acabaría con el cine; o del disco que iba a dejar en paro a las orquestas, etc. El hombre tiene vocación de sepulturero y todavía no se ha percatado de que la sutil complejidad del mundo que se incrementa irrefrenablemente al compás de la historia, pone en marcha, una y otra vez la ley del péndulo, la ley de la compensación. O dicho de otro modo que los anticuerpos están ahí, siempre atentos, con sus autodefensas peculiares y que en definitiva cabemos todos.
A mi juicio, pues, quienes preconizan la muerte de la palabra escrita y de su exponente más noble el libro, cometen el mismo error que cometiera Julio Verne, al profetizar la muerte de la novela en manos del periódico. Los periódicos han arañado el género novelístico, pero de un modo muy superficial. En primer lugar, porque cuando dan la noticia carecen de la necesaria perspectiva para valorar su alcance; en segundo lugar, porque su caudal informativo es exagerado y, a menudo contradictorio. En efecto, muchos de los rumores, incluso los transmitidos por las agencias solventes a la postre se revelan infundados, lo cual deja al novelista intacto, el ruedo que le corresponde, que le es propio, el filtraje de los hechos, sus análisis minucioso y, lo que es más importante su desenlace, su conclusión final.
(Artículo escrito en octubre de 1985 para el Diario La Verdad)

martes, 16 de septiembre de 2008

VIVIR DEL AMOR

VICTOR MANUEL GUZMAN VILLENA
M..M:.

Todos somos invento del amor y por tanto hemos sido creados para amar. Somos alambres conductores de la corriente de alta tensión del amor, por eso no debe existir el amor propio en nosotros, porque el amor propio es aislador del amor; por eso debemos amar a los otros como si fuera a nosotros mismos, porque amarnos más a nosotros mismos es interferir el amor y ser egoístas. El humano es la única criatura que puede amar con sentido en todo el universo. Todo humano no es una pasión sin sentido, sino que es una pasión cuyo sentido es el otro. Con esta breve introducción podemos afirmar que el amor es una dualidad de sucesos. Es temporal, porque el amor pasa; se suceden por etapas más o menos apasionadas, las rupturas, los encuentros… Pero el amor supone también un desafío a la eternidad, porque quiere ser vivido al margen del tiempo, esperando que sea absoluto, definitivo, completo. Así, cada vez que amamos, nos escabullimos del tiempo para adentrarnos en una eternidad posible. El amor y la pasión ignoran el tiempo. 

El que ama vive conjugando un rabioso presente y una inconsciente eternidad. Si hablamos de la pasión, todas estas características se agudizan. El amor perdido crea una eternidad que tiende al pasado. Manifiesta su existencia en cuanto que esa eternidad tienda a desdibujarse. Se provoca, en ese momento, una fuga del fluir temporal, donde los acontecimientos que pasan a reposar en el pasado, se desvinculan de la actualidad y tienden a la desintegración, al olvido. 

La memoria humana lucha por evitar esa opacidad de lo vivido que ya no está. Rescatar el pasado para prestar su intensidad al presente ha sido una empresa constante de los humanos. Si esta idea se circunscribe a un ámbito personal, reconozcamos que la mera actualidad puede ser vivida de manera desinteresada y ajena. El futuro, indescifrable, no nos penetra. El pasado, en cambio, es una región conocida pero todavía fecunda y, por la propia naturaleza indagatoria del humano, nunca abandonada. Para que fuese posible vivir del amor, hay que provocar lo que puede llamarse una fuga del tiempo. 

Aislado de su contexto, cristalizado por el poderoso flujo del suceso que ya no forma parte sólo del pasado. Éste se constituye como un germen de lo que sucede contemporáneamente y da sentido completo a la vida. Así, el pasado ya no es "lo pasado", porque pierde su apariencia fantasmal y reivindica su actualidad. Extraído de ese panorama olvidado, siempre pendiente de ser enajenado por la memoria que le insufla una realidad extratemporal. La vía de la memoria se convierte en el instrumento para crear una erótica del tiempo, una recuperación de sensaciones pasadas, que no pretende sólo una recreación, sino que trata de hacer que placer y memoria se igualen. Un ejemplo de ello es la invocación de una sensación pasada, que debe despertar la memoria del cuerpo, los labios, la piel… que son los que podemos recordar. El cuerpo parece tener capacidad cognoscitiva, al menos en la esfera sensual, indeleble. El cuerpo siente, pero también piensa, recuerda… el cuerpo sabe. Equivalencias similares las hallamos donde la memoria acapara la erótica más espléndida de nuestro ser, y así estamos dando un nuevo giro en la elucubración por el tiempo y la memoria o para la Vida, memoria y placer se aúnan en un todo. 

El placer es la memoria y la memoria la auténtica vida de todos. A veces, la memoria no necesita un catálogo completo de experiencias. Lo pasajero, lo fugaz, crea todo un universo de sensaciones. Basta un instante mínimo, quizá furtivo y veloz para quedar patentado en nuestras vidas. La atracción no necesita ningún otro estímulo. La mirada sólo necesita la confrontación con lo bello, pese a la parquedad temporal del encuentro. En cierta forma, podríamos hablar de una erótica esencialista, donde la intensidad priva sobre cualquier otro aspecto. Las fórmulas de los antiguos magos greco-sirios, nos piden volver a la dorada juventud junto a su amante, la a belleza, al amor, aunque sólo fuese durante una hora. Yo pido la eternidad que dura lo que la pasión. Esta eternidad es creada con los estímulos de la memoria y la riqueza de las sensaciones que su renovación nunca agota. Señalemos que ante los embates y desazones del tiempo nos queda sólo la memoria. El dolor y la vejez desaparecen, aunque sólo sea por un instante, pero el agotamiento que es la vida que sólo puede soportarse si nos acercamos a lo que nos supera. 
 Les invito a rebasar los límites del conocimiento, estableciendo nuevos órdenes entre palabras y cosas, utilizando la múltiple variedad de herramientas que proporciona la experiencia humana, como son vivir de momentos pequeños, miradas, divagaciones solitarias. Así conseguiremos que pasado y presente, excluidos del tiempo, se confundan en nuestros cuerpos y se fundan. Hay que templar al ser amado en la memoria, consiguiendo su renovación, mediante una elocuencia de los cuerpos que sobrepasa el tiempo.

lunes, 1 de septiembre de 2008

IMPORTANCIA DE LOS IDIOMAS


VICTOR MANUEL GUZMAN VILLENA

Se ha dicho que ponerse a estudiar cualquier idioma que no sea el propio es penetrar en un mundo desconocido, en un nuevo universo mental, sin duda enriquecedor y que nos obliga a replantearnos muchos de los conceptos que dábamos por válidos. En Quito un amigo francés, que está estudiando español a fondo, se ha quedaba asombrado ante la diferencia que existe entre “amor” y “amour”, y no digamos ante el descubrimiento del verbo “querer”, que puede significar a la vez “amar”, “desear”, “apetecer”, “tener voluntad o determinación de ejecutar una cosa”, etc. La riqueza del “querer” castellano -y no digamos del vocablo “querencia”- lo ha vapuleado de tal modo que el hombre empieza a dudar de algo que hasta ahora fue el axioma: de la superioridad del francés sobre el resto de los idiomas occidentales.

Siempre he envidiado a los políglotas. Se expresan con una precisión admirable y al propio tiempo se advierte en ellos que su cerebro alberga esquemas que a los demás no están vedados. A poco que se descuiden introducen en la conversación la frase: “como dirían los franceses...”, “como dirían los alemanes” y sueltan la palabra en francés o en alemán que nos deja K.O y que nos hace sospechar que tras ella se oculta “algo” fuera de nuestro alcance, que nosotros ignoramos que puede ser una mera sugerencia, pero también -y eso es peor- una idea fundamental.

En nuestra época, correctamente llamada de la intercomunicación, nos damos cuenta sin cesar de que el hombre de un solo idioma es un ser desvalido. Nuestros emigrantes conocen esto y han tenido que luchar duro para integrarse mal que bien en las sociedades que eligieron. En cuanto a los diplomáticos, pese a exigírseles, si no estoy equivocado dos idiomas además del propio, lo pasan fatal si en el país al que son destinados se habla una lengua que desconocen, Y allí el fracaso en parte de la política exterior ecuatoriana. Y advierten el temor que en los documentos “bilingües” que en ocasiones especiales han de firmar haya gato encerrado. Ejemplo señero de este riesgo lo tenemos en la tratados que los chinos, en la ONU o donde sea, firman en chino y en inglés. En principio, todo parece estar en regla; sin embargo, en caso de litigio, el idioma inglés “dice lo que dice y nada más”, en tanto que el representante chino puede demostrar que en su idioma “aquello” dice exactamente lo contrario. Son las ventajas de los idiomas orientales, de una riqueza sin par. Los ideogramas son más sutiles que nuestro alfabeto, más difíciles y enconados y su aprendizaje es mucho más lento, pero obliga a una gimnasia mental que a la postre resulta altamente beneficiosa. Una prueba es el idioma árabe, el Corán es arcano para los no árabes. El Corán en árabe es infinitamente expresivo y de un rango poético que al ser traducido se minimiza en forma casi vejatoria. Por algo los musulmanes fanáticos consideran inaceptable e incluso “hereje” cualquier traducción y peor la interpretación del Corán. Allí que nosotros al leer los “versos Satánicos” de Salman Rushdie, no lo entendamos en su profunda dimensión y por su parte el autor fue condenado a la pena de muerte por el Islam. Esto indujo a Ayatollah Jomeini en Irán a declarar obligatorio el estudio del árabe ya que “Dios reveló nuestro libro en árabe. De consiguiente, escribirlo o recitarlo en otro idioma es cometer un sacrilegio”.

Como fuere, uno de los puntos positivos de nuestra época, que también los tiene, es la creciente necesidad que el hombre experimenta de estudiar idiomas. El conocimiento de “otros” idiomas ayuda a comprender, a aceptar, a ceder. Hay algo en ellos que influye directamente sobre nuestras reacciones. Bertand Rusell pretendía que él era incapaz de enfadarse en francés. Valoremos esto como se merece, puesto que las guerras no entienden de semántica y están al margen de la capacidad de expresión verbal del ser humano.

(Artículo escrito en octubre del 1985, Diario La Verdad)

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