VICTOR MANUEL GUZMAN VILLENA
Las creencias han jugado siempre
un papel fundamental en la historia de la humanidad. El destino de un pueblo depende
de las certezas que le guían. Evoluciones sociales, cambios estructurales, revoluciones son la grandeza y decadencia de
las civilizaciones, que se derivan de un pequeño número de creencias sostenidas
como verdades. Ellas representan la adaptación de la mentalidad hereditaria de
las razas a las necesidades de cada época.
Uno de los más peligrosos errores
consiste en querer rechazar el pasado, la historia que han trazado los pueblos
para alcanzar su evolución y poder. Las sombras de los antepasados siguen
dominando nuestras almas y constituyen la parte fundamental de nosotros mismos
y tejen la trama de nuestro destino. La vida de los muertos es más duradera que
la de los vivos. Se trata de la sucesión de los seres o de la de las
sociedades, el pasado engendra el presente.
Hoy la evolución de las nuevas
generaciones se deja sentir fuertemente en
el desarrollo de las sociedades, ya que han visto atravesar horas
sombrías y acumularse día tras día las ruinas materiales y morales,
comprendiendo hacia que abismos les conducen las círculos dominantes que se han apartado de lo ético y solo miran
la acumulación de la riqueza y el poder. Hoy los cambios son acelerados, los pueblos que han sido asimilados como rebaños por la manipulación de
los medios de comunicación cuyos gestores son los representantes del dinero, se
van revelando y quieren ser actores de cambios para construir una futuro de
bienestar e igualdad de oportunidades.
En el poder de los países
dominantes hay que destacar el papel que juega la disciplina, la energía y la
voluntad, se comprende que nada es duradero o eterno, pero que si puede ser a
largo tiempo aplicando una estructura mental disciplinada para alcanzar
grandes objetivos a través de ciertas reglas universalmente respetadas y así lo
demuestran en la realidad, los países
dominantes mientras que los subdesarrollados se destacan por el caos, la
indisciplinada, el irrespeto a los preceptos
que rigen su sociedad lo que trae consigo atraso.
Una nación progresa o retrocede
según el valor de las concepciones que la guían. La historia muestra en cada
una de sus páginas cuantos desastres pueden llevar a los pueblos la aplicación
de principios erróneos. Bastó que ciertas Estados se dejaran conducir por dos o
tres ideas falsas para arruinar el país y perder todo lo que conquistaron. Los
más sanguinarios conquistadores fueron
menos devastadores que las falsas ideas.
Ahora nos corresponde la tarea de
modificar las ideas por medio de la palabra, por la pluma y la acción. Hay que
intervenir en la vida pública y no olvidar que el progreso de los pueblos es
obra de cada uno de sus habitantes y no de las élites que buscan perpetuarse en el poder y manejar
a las multitudes dirigiéndoles a la decadencia y a la perdida de una memoria
colectiva de reflexión. Tenemos que
construir una nueva mentalidad de
renacimiento de la esperanza en las almas, de construir un nuevo estado del
espíritu de la paz, alegría y felicidad plena en la convivencia armónica de los
pueblos respetando la naturaleza, la ecología y su entorno.
Debemos construir generaciones que no busquen dirigir la vida de
los demás sino instituir reglas claras de respeto mutuo con certezas que
conduzcan a las transformaciones profundas del ser humano en todos los planos,
para ello hay que tomar en cuenta que el desarrollo de la humanidad posee
verdades a su medida que se adaptan solamente a esa fase.
No es suficiente para progresar
el deseo de obrar. Precisa ante todo, saber en qué dirección se obra. Según la
orientación de sus esfuerzos el humano será el constructor o destructor. El papel del
intelectual está precisamente en señalar el camino que hay que seguir.
Para comprender de qué modo de
acción puede llegar a ser útil o nociva, precisa investigar bajo que
influencias se forman las certezas que orientan y de qué manera se deshacen,
eligiendo lo más importantes entre las verdades que han guiado a los
pueblos para intentar construir su historia dramática grandiosa,
llena de proezas y triunfos que vivifique a habitantes y sea ejemplo y
despierte pasiones en el presente y futuro.
El ser humano moderno se
encuentra desde la cuna la bienhechora ayuda de una civilización completamente
constituida, con una moral con instituciones y con artes. Esta herencia no
tiene más que gozar de lo que fue edificada al precio de una gigantesca labor y
de eternas tentativas y comienzos. El construir ciudades, templos, monumentos,
tecnología, literatura, artes, es la huella de civilizaciones poderosas e intenta penetrar
en los misterios de la vida que rigen al mundo. El humano siempre ha buscado
sin tregua explicaciones a esos misterios. Jamás ha consentido ignorar la razón
de las cosas. Su imaginación lo ha hecho encontrar siempre. El espíritu humano
pasa fácilmente sin verdades, pero no puede vivir sin certezas.
¿Concepto de certeza?
La certeza es el conocimiento
claro y seguro de algo. Quien tiene una certeza está convencido de que sabe
algo sin posibilidad de equivocarse, aunque la certeza no implica veracidad o
exactitud. Esto quiere decir que una persona puede afirmar que tiene una
certeza y, sin embargo, la información que maneja es falsa o errónea.
Puede afirmarse que la certeza es
la posesión de una verdad que se corresponde con el conocimiento perfecto. La
conciencia de una certeza permite afirmar este conocimiento sin temor de duda y
con confianza plena en la validez de la información.
La certeza, por lo tanto, se basa
en una evidencia, o en lo que el sujeto toma como una evidencia de carácter
irrefutable. Lo evidente del conocimiento posibilita la afirmación y la
posesión de la verdad.
A lo largo de la Historia muchos
son los estudiosos, filósofos y pensadores en general que han abordado la
certeza en sí y también su similitud o su diferenciación respecto a lo que
sería opinión. Entre aquellos se encuentran, por ejemplo, clásicos de la
filosofía griega como Aristóteles y Platón que basaron sus ideas en pilares
tales como el conocimiento, el entendimiento, la experiencia y los sentidos.
Por supuesto, tampoco habría que
pasar por alto el papel que jugó el francés René Descartes, el padre de la
filosofía moderna, en el análisis del término que nos ocupa. En su caso, él dio
un giro a las ideas que se habían concebido al respecto hasta el momento y vino
a dejar patente que la certeza no estaba basada en el conocimiento, como se
había venido explicando, sino más bien en la conciencia que se tiene de que un
hecho concreto es verdad.
Kant, Russell, Karl Kopper o
Gödel fueron otros de los autores que también analizaron a fondo la veracidad
trayendo consigo la contraposición de todo tipo de teorías acerca de la
esencia, los pilares y los resultados que trae consigo aquella.
El concepto contrario a la
certeza es la ignorancia: si se desconoce algo, no se puede tener ninguna certeza. El grado medio de conocimiento entre la certeza y la ignorancia es la
duda (el sujeto cree que el conocimiento puede ser veraz pero no está en
condiciones de afirmarlo).
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