VICTOR MANUEL GUZMAN VILLENA
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Ser maestro es una facultad excepcional, que desarrollan algunos seres humanos, donde su sabiduría deja huella y relevancia en la inmortalidad del tiempo. Para esto, ese ser humano debe poseer algunas capacidades especiales, y desarrollar talentos que le permitan trascender en los demás. Se es maestro cuando se orienta, cuando se conduce, cuando con amor se acompaña; cuando se comprende al otro y se ayuda a que éste entre en el camino de la realización. Ese camino que ya el maestro caminó.
No es maestro el que trasmite conocimientos. Lo es, quien
posibilita que el otro los construya. Es maestro, el que logra que sus
dirigidos comprendan sus orientaciones, las hagan suyas, las modifiquen de
acuerdo a sus propios pensamientos y sensaciones; entonces serán capaces de
llegar por si mismos a la meta anhelada por él.
Es un ser especialmente sensible. Su sensibilidad no es
igual a la de los demás. Es comprensivo. Su comprensión va más allá de los
hechos que observa. Es capaz de involucrarse en las posibles causas y
consecuencias de los hechos; y así mismo, visualizar alternativas para mejorar
lo observado. Como sabe que aprender
implica “ir” y “venir”, implica “acelerar” y “desacelerar”, entonces sabe
esperar, sabe tener control sobre sí mismo y sobre el que aprende. Esto le
permite entender qué le sucede a quien está aprendiendo, por donde se debe
encaminar para conducirlo por el sendero adecuado.
El error permite aprender. Él convierte lo negativo en
positivo, le posibilita al que aprende a verlo así. Con ello estimula a ir
adelante. Para poder hacerlo así, requiere ser tolerante y con ello poder
utilizar la adecuada medida del equilibrio, siendo el tiempo un aliado
importante, y quien lo sabe utilizar es verdadero maestro. Igualmente acompaña.
Sabe tomar distancia, sabe acercarse y cuando retirarse. Muchos de los
elementos anteriormente mencionados dan forma a un valor especial en el
verdadero maestro; ser amigo.
La amistad posibilita una positiva empatía, que ayuda a que
las partes entiendan que la exigencia es necesaria, que el esfuerzo se
requiere, y que la flexibilidad también, pero no siempre. Son muchas más las
cualidades que podríamos seguir mencionando en el perfil del verdadero maestro,
más quiero cerrar este escrito con intenciones de reflexión, con un valor que
considero contiene a todos los demás. El amor.
El verdadero maestro se ama, por tanto ama a los demás. Al
experimentar amor, siente las
necesidades del otro, de quien está aprendiendo,
lo que lo lleva a dar lo mejor de sí para ayudar a que el que aprende.
Experimentar amor, hace que ame lo que hace, disfrute con lo que hace, se
sienta motivado permanentemente. Mira la vida entonces, de una manera muy
especial.
Como hay amor en sus venas, en sus células, en todo sus ser,
cada acto que realiza lo hace de la
mejor manera posible; entiende que hacerlo de cualquier manera no tiene cabida,
pues el maestro por ser modelo, no puede ser modelo de mediocridad.
Amor y maestría constituyen una llave inseparable, se nutren
mutuamente. El amor construye y lleva al bien; el ser maestro también. El que
ama tiene esperanza, el maestro espera para ver sus obras. La esperanza en él
permanece.
El amor es juego encendido constantemente, es ese juego el
que hace que el maestro verdadero vaya hasta el final, no reniegue de lo que
es, de su suerte y de su vida y que todos los días se siente enaltecido, se
siente motivado, porque lo que hace mueve al mundo, pues los seres son los que
mueven el mundo, y esos seres un día estuvieron en sus manos.