sábado, 1 de octubre de 2016

LA FUERZA Y PODER DE LOS RITOS


                                            VICTOR MANUEL GUZMAN VILLENA

Las religiones, sociedades y órdenes secretas e iniciáticas tienen base y apoyo sobre tres columnas fundamentales: la fe, que es la confianza en lo que cree o hace; los ritos que son ceremonias o costumbres que siempre se repiten de la misma forma, tienen un valor simbólico; y los símbolos sirven para representar, de alguna manera, una idea que puede percibirse a partir de los sentidos y que presenta rasgos vinculados a una convención aceptada. Como todo elemento de la vida social, estas instituciones evolucionan, pero los ritos y las ceremonias se mantienen inalterables, dando fijeza, permanencia, por lo cual no pueden pasar por alto ni abolirle, ya que gracias a su acción continua la creencia incorporándose al inconsciente. Por tanto de su simple adhesión momentánea, llega a convertirse en convicción sólida capaz de orientar la conducta. Por tanto, si se lo privara de los ritos, símbolos y reducida únicamente a la fe, ninguna de estas agrupaciones podrían ser duraderas y se disolverían con el transcurrir del tiempo. Por ello sus ritos deben ser rigurosamente observados y los símbolos bien definidos y concretos, y para efectuar estas ceremonias se necesitan de templos, donde el rito y el símbolo se vuelve visible y constituye elementos de adhesión a la causa.
 
Los ritos derivados de los dogmas adquieren poder, un poder superior a la misma doctrina, llegando incluso a ignorarse, pero los ritos se respetan siempre, y bajo la influencia de los ritos y símbolos que dominan las imaginaciones individuales, manteniendo la unidad de fe del grupo social. El rito crea imperiosas obligaciones como consecuencia del poder místico que se le atribuye.

La inmensa fuerza de los ritos les hacen sobrevivir largo tiempo a la creencia, ejemplo en la religión católica el bautismo, la primera comunión, el casamiento, el entierro, son observados todavía aun por personas desapegadas de toda creencia. Igual sucede con las fraternidades, el rito es inalterable lo que le da consistencia en su accionar, funciona a través de jerarquías y tiene su propia precedencia.

Ritos y símbolos presentan además grandes analogías en todos sus cultos. Esta semejanza es, sin duda, consecuencia de la inclinación del espíritu humano a emplazar concepciones dentro de los cuadros mentales, poco numerosos a los que los filósofos dan el nombre de categorías de entendimiento. Estos moldes del pensamiento condicionan la expresión de las cosas, limitan las posibilidades de las concepciones innovadoras del pensamiento y sobre todo de los ritos que las mantienen.

En todas las religiones los ritos coinciden, las semejanza en su funcionamiento y en sus ceremonias se parecen extraordinariamente a las que se efectuaban en los templos egipcios hace cuatro mil años. El lenguaje del espíritu místico no ha sido nunca variado. Y no solo sucede con las religiones sino con las fraternidades iniciáticas donde el rito y el símbolo toman un papel relevante de estabilidad y prestigio en las sociedades, llegan a adquirir poder y una reserva moral en la política de los pueblos.

Es común observar como en las fiestas nacionales, grandes conmemoraciones, las banderas, estandartes, estatuas, las pompas oficiales, las togas de los magistrados, el aparato de la justicia con sus simbólicas balanzas, son los más seguros sostenes de las tradiciones y de la comunidad, y de ese sentimiento constituye la fuerza de las naciones. Por ende tienen gran influencia en la conducta de todos sus habitantes.

De lo expuesto muestro sobre qué elementos psicológicos se edifican las concepciones dogmáticas y filosóficas que permiten presentir por qué se presentan ellas, bajo diversos aspectos de profundas analogías. 
     

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