VICTOR MANUEL GUZMAN VILLENA
El universo se encuentra regido
por un principio de relación recíproca, todo está unido, interconectado, y aún
más que eso, cada parte de este universo es en sí misma una imagen de la
totalidad; y esto porque el cosmos entero es una unidad compenetrada e influenciada
recíprocamente. El todo está en cada uno y cada uno está en el todo. Todos los
seres están hermanados y forman una única familia con diferentes grados de
evolución. El humano siendo una parte de ese todo, de esa intrincada y extensa
red; un microcosmos que es en sí mismo una imagen acabada del todo.
Ante ello surge una nueva visión
del hombre y del mundo, así como una clave de interpretación a través de la
Nueva Era, que sin ser ciencia, se apoya en leyes científicas, contiene teorías del esoterismo y ocultismo,
pensamiento mítico y mágico respecto de los secretos de la vida con ideas que
proceden de la astrofísica.
La Nueva Era afirma que el
"yo consciente" de cada individuo se encuentra inmerso en una
conciencia suprapersonal, común a la humanidad entera, una especie de depósito
de experiencias y conocimientos forjados por el conjunto de la humanidad desde
sus orígenes, y a los cuales el individuo normalmente no accede de un modo
consciente. Este cúmulo de conocimientos se haría accesible habitualmente a
través de formas de conocimiento como la intuición, los sueños, los símbolos y
mitos.
La Nueva Era elabora así una
visión propia del universo, al que se considera como una gran masa energética
en permanente oscilación, vibración que infunde vida donde los planetas, las
galaxias están en constante expansión y transformación producto de millones de
años de evolución.
Esta característica vibracional
de todo lo existente, es concebida como una hermandad de origen ya que todo el
cosmos está constituido por una misma materia, única y primigenia vibración; no
hay verdadera distinción entre el ser divino y el ser de las criaturas, no hay
un acto creador.
La calidad dinámica de la
realidad es un permanente cambio, todo está regido por un movimiento inmanente de
evolución, por un principio intrínseco e inevitable de desplegamiento y
replegamiento que abarca desde el todo hasta la más ínfima de las partes y que
hace que todo intento de comprensión de la realidad que no esté regido por la
asimilación a este mismo movimiento esté condenado a no ser más que una
instancia muy imperfecta de conocimiento. Estos dos principios surgen de la
extrapolación de elementos tomados de la física atómica, según la cual la
realidad última y auténtica del cosmos no está constituida por cosas y cuerpos
sólidos tal como podrían hacernos suponer erróneamente nuestra conciencia
cotidiana, sino por vibraciones, energías, movimientos ondulatorios. El
elemento constitutivo de la materia no es algo sólido sino que son vibraciones,
donde nuestra realidad diaria es sólo
apariencia, superficie débil del ser, que en realidad es un todo vibrante. La
misma divinidad es interpretada como vibración. Los minerales, los seres vivos,
el alma del hombre y dios en esta interpretación, son todas vibraciones aunque
cada una de ellas en distintas frecuencias.
Detrás de este gran cambio
cultural subyace la necesidad del hombre contemporáneo de alcanzar una síntesis
capaz de cubrir sus expectativas en los campos afectivo, intelectual y
religioso, desde una perspectiva de unidad. Necesidad que al no encontrar satisfacción,
ha generado un cúmulo de conocimientos fuera contexto de la dominación de la fe
cristiana.
El origen de buena parte del
esquema conceptual religioso implícito en las propuestas de la Nueva Era puede
encontrarse fácilmente en las filosofías y creencias nacidas a las orillas del
Ganges. La concepción de lo divino como un todo impersonal se identifican en
una unidad absoluta el ser y la nada, la
luz y la oscuridad. La creencia surge en la espiritualidad que se funda más en
la experiencia sensible de la búsqueda de la paz, la libertad y el gozo
individual de una alma elevada a través de la acción y la reacción recorriendo
el camino de descubrimiento de la forma
de llevar una vida en armonía para descubrir su propio yo. Así el pecado del
cual habla el catolicismo pierde su sentido, ya que las imperfecciones provocadas por la falta de
evolución del individuo, se han de superarse a través de la toma de conciencia
de su yo soy.
El humano es inmortal ya que su alma no muere sino que reencarna, actuando en ella la evolución personal y espiritual que se dan a través de los distintos ciclos del karma, es decir, a través de sucesivas reencarnaciones hasta alcanzar un estado de divinización plena. Recordemos que el hombre es espíritu, energía divina, guardando dentro de él el micro y el macro cosmos en continua evolución hacia la perfección personal y social.
Esta búsqueda de la sabiduría se
halla escondida dentro de su propio ser, más no en un que él mismo es capaz de todo,
ya que posee la sabiduría de todos los dioses archivado en un lugar
privilegiado que es el alma inmortal, que en cada reencarnación amplía su
experiencia, conocimiento, en una larga cadena de acontecimiento de
causalidades y efectos que se producen en el vasto e ilimitado universo, todo
ello bajo el respeto absoluto al libre albedrio, la responsabilidad personal en
la construcción del bien común, el desarrollo libre y responsable de sus
potencialidades, que conduce a ser una
unidad creciente y un artífice y responsable de su propia historia que
trascienda con su ejemplo el tiempo y espacio y
cuyo único y solo propósito será la comunión con su plano vibracional
más elevado.
A partir de este encuentro de
unión y comunión en armonía con el universo, se ha potencializado la ciencia de
la ecología con un sinnúmero de aplicaciones en las interrelaciones de los organismos entre sí y
con su medio, convirtiendo a la naturaleza prácticamente en un objeto de culto,
y su defensa y conservación en un camino místico-espiritual junto con muchas
otras prácticas como las medicinas alternativas donde la naturaleza es la
botica.
Pero la crisis ecológica, el
temor a la contaminación radiactiva, las dificultades para controlar y detener
enfermedades terminales, la aparición de nuevos problemas como consecuencias no
deseadas del progreso tecnológico han sido, entre otros tantos, algunos de los
factores determinantes que han conducido a un replanteo del optimismo
científico que suponía como principio indemostrable que todo podía ser
solucionado y alcanzado por el progreso científico. Paralelamente, el
pensamiento científico se encuentra enredado en un enjambre de teorías e
hipótesis, de informes y comunicaciones producto de su propia actividad, que
hacen cada día más necesaria la colaboración interdisciplinaria, el acotamiento
de los campos de investigación, el fluido intercambio de información.
Esta colaboración
interdisciplinaria ha sido fecunda sobre todo al generar puntos de coincidencia
entre áreas del pensamiento científico que en algún momento pudieron
considerarse como totalmente diversas. Es así como se han ido tejiendo coincidencias
desde campos tan dispares como la física cuántica, la acústica, la neurología,
la óptica y la psiquiatría. Estos principios de coincidencia han servido
básicamente para alimentar y alentar el deseo de reencontrar la primitiva
unidad del saber perdida en el proceso de diversificación de las ciencias, pero
sobre todo para propiciar la de las ciencias naturales a lo trascendente, a lo
divino, a una visión de totalidad. A partir de estos presupuestos se habla de
una nueva ciencia más humana, más ecológica.
Por ello todo el conocimiento
milenario que se halla en los libros de las civilizaciones antiguas adquieren
indistintamente la categoría de sagrados ya que son canalizaciones y
constituyen parámetros de interpretación
de toda la evolución del nivel de
conciencia del hombre y del universo.
Aquí es oportuno referirnos al
fenómeno OVNI para afirmar que no estamos solos en el universo, sino que somos
vecinos de una inteligencia ajena a nuestro tiempo y espacio, que guían y advierten al género humano acerca de
los cambios por venir, los que intervienen en la historia nuestra
autodestrucción, e incluso los que tendrían a su cargo la evacuación del
planeta en la eventualidad de un cataclismo planetario.
A partir de aquí, se ha creado un
universo entero de avatares, de maestro
o espíritus ascendidos con sus nombres, a los cuales se presta veneración y
respeto, y cuya enseñanza se adopta como revelación de los dinamismos de la
energía divina sobre el destino de la humanidad.
Cada grupo, fraternidad, escuela y autor, de modo diverso, ha de hacer
referencia -en cualquiera de sus versiones- al fin de la historia, del eón
presente, a la catástrofe planetaria o al llamado "plan de evacuación
planetaria". En este punto hallamos una gran dispersión de opiniones: desde
los que son optimistas y afirman que de un modo u otro el planeta encontrará su
equilibrio, hasta los abiertamente pesimistas que consideran casi inevitable
destrucción del planeta.
Hasta aquí he analizado
someramente la nueva conciencia, que cada vez crece y dibuja un nuevo plano de
la conciencia humana que maneja los destinos del planeta en todas sus fases.