VICTOR MANUEL GUZMAN VILLENA
Si estudiamos las leyes del
universo y vivimos de acuerdo con ellas, aprenderemos de sus procesos y
mediante nuestra experiencia adquirida viviremos en íntima relación con este
infinito espacio y con la naturaleza. Así seremos uno con el cosmos y
adquiriremos conciencia de nosotros mismos, gracias a que en el cuerpo físico
crece nuestro cuerpo energético, y en éste último evoluciona nuestro cuerpo espiritual, es
decir el cuerpo de luz. En este proceso de transformaciones energéticas continuas,
regresamos a nuestros orígenes y realizamos nuestra naturaleza intrínseca
original, de la que la paz y la libertad son frutos naturales.
Un elemento esencial de este
crecimiento espiritual es cultivar el sentimiento de pureza, de alegría de
vivir y de asombro, recuperando y perfeccionando la emoción de la
inocencia de un niño pequeño. Ese niño
virginal significa la pureza, la
inmortalidad y nuestro propio sentido de verdad interior como reflejo de
nuestro origen espiritual.
La mala calidad de nuestras
vidas y de la sociedad en su conjunto, se debe a la percepción de lo que somos
o lo de tenemos, del sitio donde nos originamos y de lo que hacemos en la
tierra. La calidad de nuestra vida, tal como lo vivimos, no refleja toda
nuestra potencialidad. Hemos quedado atrapados en una forma de vida racional y
material mediante la represión y la desconexión tendiendo siempre a perdernos
en la culpabilidad y proyectando nuestras emociones negativas y queriendo
buscar la verdad fuera de nuestro interior.
El estado de desconexión espiritual
se ha agravado aún más por nuestras formas antinaturales de vivir, de movernos
y de alimentarnos. La desconexión espiritual y la obsesión materialista están
arraigadas en las bases de la sociedad moderna. Dado que nos hemos alejado de
la inteligencia del universo, que es nuestra única fuente de verdadero
conocimiento, nos hemos convertido en una nave espacial sin información
externa, dependiendo de nuestra buena suerte y esperanzados en ella. Por lo
tanto la mayoría de quienes habitamos la Tierra vivimos en un estado de
hibernación, sin ser conscientes de que estamos atrapados en el pasado,
temerosos de vernos a nosotros mismos y de percibir el lugar que ocupamos aquí
y ahora.
Siendo este el estado
predominante de la energía social, no es fácil escapar a él. Dado que la
mayoría de las personas están resignadas a permanecer en este estado. Si se les
preguntaría como se sienten y como
están, dirían –estamos bien- Sus vidas básicamente giran en torno a la
alimentación, el sueño, el apareamiento, la seguridad y el poder. Si vieses un
poco más allá y fuesen honestas consigo mismas, verían que son bastante
infelices y sentirían el vacío en su interior. El profundo temor de ver este
dolor y este vacío les impide darse cuenta de que han truncado gravemente su
naturaleza divina.
Todos somos hijos del
universo y por ende creados por la misma inteligencia, la misma sustancia sutil
y las mismas leyes físicas y químicas que a cada instante transforma y expande
el universo, convirtiéndonos espontáneamente en coautores de su proceso
evolutivo. No somos hijos del universo y de su amor que nos dio la vida, sino
que también somos sus padres y madres, y nuestro amor es correspondido de la
forma en que se evoluciona.
Una vez que asumimos
verdaderamente la responsabilidad de nosotros mismos, de nuestro origen
espiritual y de nuestra misión en la vida, podemos comenzar a despertar de este
estado de semiinconsciencia. Entonces adquiriremos conciencia de los miedos y
de los mecanismos que hemos cultivado para evitar entrar en contacto con
nuestro verdadero yo. Solo cuando tengamos el valor de mirar más allá de la
superficie de nuestra conciencia ordinaria, seremos capaces de abrirnos y de
transitar por la senda de la libertad y de la independencia espiritual.
Haciendo historia el período
hippie y el New Age o Nueva Era podrían ser vistos como reacciones contra el
materialismo. No obstante, mucho de sus seguidores de estos movimientos han
caído en objetivos mundanos y materiales, es decir a un espiritualismo sin
raíces, padeciendo los mismos miedos y usando una nueva salida de emergencia,
en la que existe la misma dualidad entre el cielo y la tierra que ha
caracterizado a la mayoría de las tradiciones religiosas y filosóficas
dominantes.
Igualmente las personas que
tienen este arraigo deficiente y una relación negativa con su cuerpo suelen
enfrentarse a una cantidad de problemas relacionados con el sexo, el dinero, la
salud, la autoestima y las relaciones interpersonales. Es común que padezcan
inseguridad y que su relación con las realidades de la vida sea débil. Tienden
a buscar maneras de eludir estas realidades, incluso su propia existencia
física, de manera que experimentan una creciente desconexión entre su cuerpo,
su mente y su espíritu. Estas personas comprenden que necesitan buscar la
verdad dentro de sí mismas, ya que poseen el impulso interno. Sin embargo, esto
les resulta difícil debido a la separación que han creado en su interior entre
lo que está arriba y abajo, entre el cielo la tierra.
La búsqueda de la libertad
muchas veces les vuelve prisioneros de su propia indagación, por ende están
destinados a acabar tan desequilibrados como sus contrapartes materialistas. El
intenso dolor que experimentan los empuja a seguir una ruta espiritual, libre
de todo obstáculo. En estos casos el mismo ego se oculta tras una máscara
espiritual. Cuando desviamos nuestra atención lejos de nuestro cuerpo,
separamos la inteligencia de la materia. De esta forma el cuerpo se vuelve
ignorante, dependiente y egoísta. Esto deshonra al Templo más sagrado del mundo.
Todos podemos contribuir a
mejorar la calidad de vida de cada uno de nosotros y del planeta, disolviendo la densidad y la
separación entre nuestra mente y nuestra mentalidad social. El problema no solo
se halla en el cuerpo sino también en la ausencia y en la negación de la
comprensión del espíritu verdadero, infinito e insondable, y de la mente
universal. La verdad se encuentra en una vida espiritual armoniosa, feliz y
llena de luminosidad por nuestros actos en el que se incluye al cuerpo físico.
Al fundir conscientemente el espíritu con el centro de la existencia
espiritual, surge automáticamente una nueva calidad de vida.
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