Según la leyenda griega y romana, fue Apolo hijo de Júpiter y de Latona, la diosa infortunada a quien la vengativa Juno persiguió, logrando que la tierra le negase refugio hasta que compadecido Júpiter, fijó entre las islas Ciclades a la flota Delos, para que allí diese a luz a su hijo Apolo.
Apolo como su hermano Mercurio, fueron los
dioses dotados por Zeus de los mejores atributos de
talento e ingenio. Apolo
es, pues, el dios de la juventud y de la belleza, de la inspiración poética, de
la elocuencia y del valor, de las artes y de la medicina. Etimológicamente no
se sabe el origen de su nombre, pero en la más remota antigüedad, en los
pueblos del Asia Menor, en Creta, en Mileto y Delíos, Apolo es el dios de gran
poder que lo mismo envía a la muerte que a la vida, personificando la belleza
del sol y su fuerza fecundadora o agostadora, por lo que más tarde se lo llamó
Helios o Febo (padre de los vivientes) y se le dieron como atributos las
flechas de oro símbolo de los rayos del astro luminoso. Por este mismo motivo
se le rendía también culto como protector de las plantas y del ganado y se le
llegó a personificar, por fin, dándole un carácter casi humano y muy personal.
Dios de la inspiración poética, también se le
ha llamado, y fue el Maestro de las Musas, teniendo por atributos la lira que
la perfeccionó. Así mismo es el guía de la juventud en su adiestramiento
físico, en los grandes ejercicios de valor y de destreza, lo que le dio
carácter de una divinidad nacional entre los jonios. En el arte representa Apolo
no sólo el poder del númen sino la encarnación de lo bello y así lo personificó
Belvedere en la famosa estatua del dios que es un milagro de perfección.
Como tenía la gran virtud de conocer el
porvenir, se lo tuvo como divinidad propicia para los oráculos, y así llegó a
tener gran celebridad el que se estableció en Delfos, sitio en donde Apolo (el
dios del día) mató a la serpiente Phiton (las viejas potencias de la noche)
enviada por Juno para perseguir a Latona y cuya piel sirvió para cubrir el trípode
en donde la sacerdotisa consultaba los oráculos.
La leyenda de Apolo es una mezcla confusa de
tradiciones históricas de alusiones sacadas de las ideas astronómicas, de
símbolos poéticos y de las reminiscencias tomadas de los mitos de Oriente y de
Egipto. Dentro de estos conceptos se le atribuye a Apolo, entre otras
condiciones de carácter, el de haber sido un dios colérico y vengativo; pues
con sus flechas atraviesa y extermina a Niobe y sus hijos, por haberle
disputado la belleza y la fecundidad a su madre Latona, como aniquila a muchos
griegos delante de Troya, y mata a los ciclopes que forjaron el rayo para su
padre Júpiter, en desquite de haberle dado éste la muerte a su hijo y discípulo
Esculapio.
Por estos hechos, Júpiter castiga a su hijo
Apolo arrojándole del Olimpo, y entonces se refugia en tesalia, en donde se
encuentra con Neptuno, exilado también, y juntos ayudan al rey Laomedonte, que
le protege, a construir las murallas de
Troya; hasta que llamado de nuevo al Olimpo es el encargado de alumbrar el
universo con el nombre de Helios, durante el día, y por la noche duerme en
occidente, en el seno de Tetis, diosa del Océano, significando la puesta del
astro.
El culto de Apolo no nació ni de casualidad, ni
del viejo instinto popular. En sus formas más antiguas tuvo el carácter de
institución de orden, de humanidad, de paz. En Delos no se le ofrecía sino
frutos. Los atenientes durante sus fiestas, no hacían ninguna ejecución. Los
griegos de Delfos en sus principios no se parecían en nada a los otros;
respiraban el dulce espíritu de las musas. La gran lira ante Apolo era la
Grecia misma reconciliadora con él.
Hijos de Apolo son Aurora que guía su carro de
oro, después que las Horas han enganchado los corceles de fuego para comenzar
su carrera, y Faetonte, quien en su afán de guiar el carro del sol, tomó las
bridas de los caballos; pero en el novel mancebo, sin fuerzas para gobernarlos,
se extravió causando un incendio en el cielo y en la tierra, por cuyo motivo le
castigó Júpiter precipitándole en el rio Eridano (Po) en donde sus hermanas las
Heliadas lloran su desgracia, convertidas de dolor en álamos blancos y sus
lágrimas en ámbar.
Refiere la fábula que poco después de este
incendio, se produjo un diluvio universal, cuando a la sazón reinaba en tesalia
Deucalión, hijo de Prometeo, casado con Pirra, quienes se libraron subiendo a
lo más alto del monte Parnaso. Pero como se hallaban en triste aislamiento,
invocaron a los dioses en su auxilio y un oráculo les mandó arrojasen tras de
sí los huesos de la Gran Madre; y entendiendo por esto que eran las piedras las
que Deucalión tiraba tras de sí se convirtieron en hombres, mientras las que
arrojaba Pirra se convirtieron en mujeres, y de este modo repoblaron el mundo.
Tiene especial poesía el mito de Apolo y la
ninfa Dafne, hija del rio Peneo o Ladón. Enamorado el dios de la bella ninfa,
huyó ésta a sus requerimientos y los dioses a quienes pidió protección, la
convirtieron en un laurel. Y a este hecho se debe el que Apolo quisiese que
fuera el laurel la planta para coronar a los poetas y vencedores.
Figura también como hijo de Apolo el célebre
Esculapio, llamado el dios de la medicina. Se tiene noticia de que había cierta
clase de gentes en la remota antigüedad de los pueblos, que se dedicaban a
curar, y entre ellos tuvo fama Asclepio, quien dejó una pléyade de discípulos.
A este se le llamo hijo de Apolo (el sol que da vida y salud). El sistema de
curar era fundado en una serie de misterios, y aún se apelaba a los oráculos
para obtener de los dioses la medicina salvadora. En Roma se transformó el
nombre y se le conoció por Esculapio, el mismo que fue criado por el centauro
Chiron. Disgustado Júpiter por la ciencia milagrosa de Esculapio, le mató con
su rayo, de lo cual tomó venganza Apolo en los Ciclopes que fabricaron el rayo
para Zeus.
Gran interés tienen para la mitología las
fábulas que se le atribuyen al dios Apolo, con el fin de caracterizar su
temperamento vengativo, las mismas que constituyen un símbolo para hacer
resaltar la idea de castigo que reciben la vana presunción y el desmedido
orgullo. El sátiro Marsias de la Frigia, brillaba en tocar la flauta y se puso
en competencia con Apolo. El dios aceptó el reto, bajo condición de que el
vencido quedase a disposición del vencedor. Los jueces dieron la sentencia en
favor de Apolo y éste hizo desollar vivo a su rival.
También tuvo una competencia con el dios Pan, y
puesto por arbitro el Rey Midas, después de tocar el primero sus albogues y el
otro su maravillosa cítara, el árbitro por torpeza o por malicia falló a favor
de Pan, y entonces irritado Apolo por tan estragado gusto, le condenó a que le
crecieran al rey orejas de asno. Él pudo ocultar su defecto debajo de su gorro
y sólo sabía del secreto su barbero, so pena de muerte si le divulgaba; más como
el barbero no pudiese callar cosa tan
notable, hizo un hoyo en la tierra y, ocultándose en él, comenzó a dar gritos
diciendo: “Midas tiene orejas de asno”. Después salió, cubrió muy bien el hoyo,
pero en aquel sitio nacieron unas cañas que repetían constantemente la misma
frase.
Se le representa como un hombre joven,
vigoroso, esbelto y de gran hermosura, sin barba y con el cabello ensortijado
con una clámide al brazo y armado de su arco y de su carcaj. Más como conductor
o maestro de las Musas, tiene vestidos largos a la manera de Junia, se halla
coronado de laurel y lleva la lira en la mano.
En su honor se establecieron los juegos
piticos, en recuerdo de haber muerto a la serpiente Phiton. Además se le
erigieron muchos templos y estatuas, por todos los lugares por donde se
extendió la civilización de los griegos, y singularmente en Delfos, Delos y
Roma, dándole culto bajo infinidad de nombres.
Le están consagrados a Apolo el cisne, el
gallo, el gavilán, el buitre y el lobo, y entre las plantas el laurel, el olivo
y el tamarindo.
LAS MUSAS
Apolo recibió de Júpiter el encargo de
conducirlas y enseñarles su arte y su ciencia a las musas, hijas del padre de
los dioses y de Mnemosina. Estas musas eran en número de nueve y sus nombres e
inventos eran los siguientes:
Caliope (de hermosa voz) es la musa de los
cantos heroicos y de las elegías y se le representa con unas tablillas para
escribir y un estilete o un clarín en la mano.
Clio (la gloriosa) representa la historia y
lleva un rollo de papiro en la mano.
Euterpe (la alegre) representa la música y
lleva una flauta y a su pie instrumentos musicales.
Talia (amiga de la vida) es la musa de la
comedia y su atributo es una máscara cómica. Está coronada por una corona de
hiedra.
Melpómene, es la musa del canto y de la
tragedia, y lleva una máscara trágica.
Terpsicore (la alegría de la danza) representa
el baile y la música coral, y tiene por símbolo una lira.
Urania (la celestial) simboliza la poesía
didáctica. Lleva una esfera celeste y está coronada de estrellas.
Erato (la enamorada) es la musa de la poesía
lírica y tiene por atributo la citara. Lleva una corona de mirto.
Polimnia (rica en himnos) es la musa de la retórica,
Lleva una corona de perlas y tiene un cetro en la mano.
En los siguientes versos de un poeta griego, se
explican los oficios de cada una de las musas:
“Caliope nos da versos sublimes
al canto de la citara; los coros
mueve Clio; Mwlpómene suspende
al mortal con sus cantos lastimosos;
la graciosa Tepsicore fábrica
el caramillo de agradables tonos;
a los dioses celebra en himnos bellos
la tierna Erato y con ingenio docto
los gestos de la mímica y la danza
Polimnia arregla. En sus estudios hondos
la belleza del cielo y de los astros
nos muestra Urania, y nos revela a todos
qué es hombre, la cómica Talía,
con sus costumbres y carácter propio”.
Su culto se supone procedente de Tracia y así
mismo, se creía que vivían con Apolo, su maestro, en el Parnaso, refugio que
alegraba la fuente Castalia y embellecía el rio Permeso, cuyas aguas daban la
inspiración. Allí pacía el caballo Pegaso, el cual las transportaba a diversos
lugares, para enseñar a los hombres las artes y las ciencias.
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