VICTOR MANUEL
GUZMAN VILLENA
(profesor de
almas)
Una tortura para muchos, esa soledad, delicia de personas avezadas. La soledad es un fenómeno mental y emocional que tiene en su base una emoción poderosa con valor de supervivencia. La soledad consiste en la ausencia de compañía y a veces esa soledad es deseada, y otras ocasiones involuntaria y se prolonga mucho en el tiempo, terminando siempre como un sentimiento de soledad ingrato y doloroso.
El sentimiento de soledad no
siempre es dañino. En algunos casos se puede elegir realizar tareas en
solitario como opción personal. En este caso se trata de una soledad deseada que
nada tiene que ver con sentimientos de tristeza, sino que puede ser muy
gratificante porque fomenta el bienestar emocional. En definitiva, se trata más
bien de gozar de momentos de intimidad más que de soledad. Miguel de Unamuno,
en su ensayo sobre “La Soledad”, considera que el ejercicio de la soledad, el
aislamiento y el recogimiento personal, son fundamentales para conocer a los
otros hombres y para ahondar con más intensidad en la entraña de uno mismo.
Cuando una persona decide
disponer de tiempo para sí, se trata de alguien que goza de estar sin la compañía de los demás durante un tiempo limitado. Suele producirse por una
decisión personal que desemboca en algo saludable: momentos dedicados a uno
mismo que pueden ser necesarios e imprescindibles para fomentar el bienestar
personal. Ello indica que se es capaz de estar sin otras personas, señal de
autonomía e independencia. Cuando una persona tiene vínculos sanos y fuertes
con las personas de su entorno está preparada para disfrutar de su intimidad,
no sufre por estar sola porque sabe que cuenta con personas cercanas que le
aportan bienestar y a las que puede recurrir si lo desea.
La soledad deseada o autonomía no
es sólo una opción, resulta recomendable para cualquiera. Puede asemejarse a un
rato para el descanso, ya que es un momento libre de obligaciones con los demás
que se puede destinar a lo que apetezca. En esos momentos, es probable que se
sienta una sensación cercana a la libertad, que a su vez puede inspirar el
sosiego necesario para sobrellevar el estrés de la vida diaria. Gozando de esta
libertad personal se puede elegir qué es lo que más se desea en ese momento sin
necesidad de dar explicaciones a nadie, que es lo mismo que quitarse todas las
obligaciones de encima, aunque sea sólo por unas horas. Incluso existen
personas que han hecho de la soledad deseada un estilo de vida, que han elegido
llevar una vida más independiente, o las personas que gozan viajando solas o,
incluso, los que prefieren realizar tareas en solitario en su tiempo libre.
Todo el mundo debería reservar
ciertos momentos de intimidad para uno mismo, donde es probable que se sienta
una sensación cercana a la libertad, que a su vez puede inspirar el sosiego
necesario para sobrellevar el estrés de la vida diaria. Más aún en la sociedad
actual, en la que es difícil encontrar situaciones en las que se pueda disfrutar
de dicha sensación de libertad, normalmente por falta de tiempo debido a las
obligaciones diarias. A pesar todo, y de la importancia que tiene saber y poder
gozar de tiempo para uno mismo, no debe caerse en el aislamiento. Disfrutar de
tiempo personal para sentirse bien, puede beneficiar a la salud psicológica
siempre que no suponga un abuso y se descuiden los vínculos que unen a las
personas cercanas. La autonomía no debe ser sinónimo de aislamiento. Cuidar y
mantener las relaciones existentes siempre es una buena inversión, ya que
solamente se gozará de la independencia si se tienen relaciones sociales
fuertes y satisfactorias.
Pero también la soledad es una
ocupación diaria, como lo es la vida del escritor que desea, profundamente,
escribir; es decir, estar solo. Es probable que sufra por ello, pero jamás
renunciará a ese status de autonomía y libertad, a esa condición inspiradora.
La literatura es hija de la soledad; los libros, hijos del silencio. Kafka lo
sabía: “Tengo que estar mucho tiempo solo. Todo cuanto he realizado es sólo un
logro de la soledad”. Escribir es
defender la soledad en que se está; es una acción que sólo brota desde un
aislamiento efectivo, pero desde un aislamiento comunicable, en que,
precisamente, por la lejanía de toda cosa concreta se hace posible un
descubrimiento de relaciones entre ellas. Igualmente el pintor, el escultor, el
actor, el músico necesitan armarse de una soledad, esa soledad que existe entre
la obra y el artista, donde todo lo demás es secundario. En esa soledad deseada
se desborda el talento, estimula la creación y nacen las grandes obras de arte.
La solución consiste en vivir la
soledad como una experiencia positiva y equivale a estar satisfecho con uno
mismo, a disfrutar de los momentos de nuestra única y exclusiva compañía y a
tratar de comprender con curiosidad y paciencia nuestro propio mundo interior.