
El genio de Vinci. Un hombre que dejó en sus pinturas
signos sutiles, gestos simbólicos y pistas veladas que aluden a mensajes
ocultos y a un legado reservado a quienes asuma el reto de descifrar su
simbolismo. La metafísica que sustenta la obra La Última Cena, se tradujo en su
invención de la técnica del claroscuro –modelado de las formas por contraste
entre luces y sombras– y el sfumato, consistente en eliminar los contornos
netos y precisos de las líneas, diluyéndolos en una especie de neblina que
produce como efecto una ilusión de inmersión en la realidad material. Esta
perspectiva atmosférica –los fondos paisajísticos de sus cuadros– es otra
constante de su obra y de ella la aprendieron los grandes maestros
renacentistas, como Rafael, Sanzio y Andrea del Sarto.
Su método de composición –que alcanza la cumbre con La
Última Cena- ya se anuncia en su precoz adoración de los magos. La pintura
posterior no puede entenderse sin él. Pero el Leonardo que hoy nos ocupa
trasciende todos estos logros admirables. Nos centramos en la obra del gran
iniciado que fue el genio de Vinci. Un hombre que dejó en sus pinturas signos
sutiles, gestos simbólicos y pistas veladas que aluden a mensajes ocultos y a
un legado reservado a quienes asuman el reto de descifrar su simbolismo. ¿María
Magdalena o Juan? Muchos estudiosos de la simbología juegan con esta experiencia,
indicando que en la pintura no hay cáliz ni el imprescindible pan. Se puede
interpretar que la ausencia de cáliz implica que María es el Santo Grial
invertido.
Leonardo Da Vinci comunica en esta obra su convicción
de que Jesús y María Magdalena estaban casados y fueron los fundadores de la
dinastía Merovingia en Francia. Que ella iba a ser la jefa de su Iglesia. Que
Pedro no lo aprobaba, y que ella era el auténtico Santo Grial. La pregunta ¿en
qué está basada en aseveración? Nos lo explica: porque el personaje que se ha
considerado como el de Juan es en realidad María Magdalena; por la postura de
Jesús y de María formando una «M»; por una mano sin cuerpo, supuestamente la de
Pedro, que esgrime un cuchillo; y porque allí no hay cáliz: así que el cáliz
tiene que ser María. Leonardo quiso decir con esta interpretación que su
descendencia está a su derecha. El problema real es el resultado de nuestra
falta de familiaridad con los "tipos". En su Tratado de la Pintura,
Leonardo explica que cada personaje debe ser pintado con arreglo a su edad y
condición. Un hombre sabio tiene ciertas características, una anciana otras y
los niños otras. Un tipo clásico, como en muchos cuadros del Renacimiento, es
el "estudiante". El favorito, el protegido o el discípulo son siempre
hombres muy jóvenes, totalmente afeitados y de cabello largo, con objeto de
transmitir la idea de que aún no han madurado lo suficiente como para haber
encontrado su camino. A lo largo del Renacimiento, los artistas pintaron así a
San Juan. Y lo representaron siempre como un joven imberbe, sin la fisonomía
dura y resuelta del hombre.
Otros significados Es importante anotar que el Maestro
estudio la traducción hecha por Ficino del Asclepios, obra atribuida a Hermes
Trismegisto, en el que se enseñaba cómo los sacerdotes de los faraones daban
vida a las estatuas de sus templos y Da Vinci aplicó esas técnicas en su gran
obra. Javier Sierra, en su libro La Cena Secreta, confirma la aplicación de la
distribución de los discípulos del Cenáculo. Hay cuatro grupos de a tres, para
representar los cuatro elementos de la naturaleza, e incluso asigna a cada uno
de ellos un signo zodiacal específico. Así a Simón –que está al extremo derecho
de la mesa- le corresponde Aries. A Tadeo, Tauro. A Marco, Géminis. El signo de
Cáncer es para Felipe. Leo para Santiago el Mayor. Virgo para Tomás. Y la
balanza de Libra para Juan o Magdalena, aquí se tiene una lectura simbólica
importante, al considerar al (a) joven como un elemento equilibrador de la
futura iglesia. Escorpión para Judas, Sagitario para Pedro, Capricornio para
Andrés, Acuario para Santiago el Menor y Piscis para Bartolomé. A Cada
discípulo le corresponde una contestación y Jesús, en el centro encarna el
ideal del sol.
Es una obra talismánica. Igualmente de acuerdo a la
distribución, Da Vinci asigna una letra a cada discípulo que está sentado en la
mesa divina. Juan y Santiago ocupan los lugares que Cristo les prometió. Junto
a Felipe, Sapiens entre los doce, el único que se señalaba a sí mismo,
indicándonos dónde debemos buscar nuestra salvación. El grupo restante de
apóstoles se resolvió con idéntica rapidez. Mateo, el discípulo cuyo nombre,
significa “don de la prontitud”, ya auguraba tan veloz desenlace. Y Leonardo lo
bautizó como Navus, el diligente. Su letra sumada a la Omega del Tadeo formaba
ya una sílaba legible “N-O”. al añadírselo la C de Simón, por Confector (el que
lleva a término), el panorama resultante se les antojó evocador: cuatro grupos
de tres letras, con una vocal siempre en el centro y una enorme A presidiendo
la escena se deja leer una extraña y olvidada fórmula mágica MUIT NEM A LOS
NOC. Que extraído de un texto egipcio significa Mut, esposa de Amón “El
Oculto”, el gran dios de los faraones. Pero como Leonardo da Vinci siempre
escribía al revés y hay que leerlo reflejando en el espejo quiere decir
CON-SOL- A-MEN-TUM, y da una señal para comenzar a leerlo, el nudo del mantel.
El secreto los 13 personajes representados en su pintura encarna las trece
letras del Consolamentrum, único sacramento admitido por los hombres puros (los
Cataros), un sacramento espiritual invisible, íntimo.