miércoles, 25 de marzo de 2015

LA NUEVA ERA UNA NUEVA LUZ




VICTOR MANUEL GUZMAN VILLENA

El universo se encuentra regido por un principio de relación recíproca, todo está unido, interconectado, y aún más que eso, cada parte de este universo es en sí misma una imagen de la totalidad; y esto porque el cosmos entero es una unidad compenetrada e influenciada recíprocamente. El todo está en cada uno y cada uno está en el todo. Todos los seres están hermanados y forman una única familia con diferentes grados de evolución. El humano siendo una parte de ese todo, de esa intrincada y extensa red; un microcosmos que es en sí mismo una imagen acabada del todo.


Ante ello surge una nueva visión del hombre y del mundo, así como una clave de interpretación a través de la Nueva Era, que sin ser ciencia, se apoya en leyes científicas,  contiene teorías del esoterismo y ocultismo, pensamiento mítico y mágico respecto de los secretos de la vida con ideas que proceden de la astrofísica. 

La Nueva Era afirma que el "yo consciente" de cada individuo se encuentra inmerso en una conciencia suprapersonal, común a la humanidad entera, una especie de depósito de experiencias y conocimientos forjados por el conjunto de la humanidad desde sus orígenes, y a los cuales el individuo normalmente no accede de un modo consciente. Este cúmulo de conocimientos se haría accesible habitualmente a través de formas de conocimiento como la intuición, los sueños, los símbolos y mitos. 

La Nueva Era elabora así una visión propia del universo, al que se considera como una gran masa energética en permanente oscilación, vibración que infunde vida donde los planetas, las galaxias están en constante expansión y transformación producto de millones de años de evolución.

Esta característica vibracional de todo lo existente, es concebida como una hermandad de origen ya que todo el cosmos está constituido por una misma materia, única y primigenia vibración; no hay verdadera distinción entre el ser divino y el ser de las criaturas, no hay un acto creador.  

La calidad dinámica de la realidad es un permanente cambio, todo está regido por un movimiento inmanente de evolución, por un principio intrínseco e inevitable de desplegamiento y replegamiento que abarca desde el todo hasta la más ínfima de las partes y que hace que todo intento de comprensión de la realidad que no esté regido por la asimilación a este mismo movimiento esté condenado a no ser más que una instancia muy imperfecta de conocimiento. Estos dos principios surgen de la extrapolación de elementos tomados de la física atómica, según la cual la realidad última y auténtica del cosmos no está constituida por cosas y cuerpos sólidos tal como podrían hacernos suponer erróneamente nuestra conciencia cotidiana, sino por vibraciones, energías, movimientos ondulatorios. El elemento constitutivo de la materia no es algo sólido sino que son vibraciones, donde  nuestra realidad diaria es sólo apariencia, superficie débil del ser, que en realidad es un todo vibrante. La misma divinidad es interpretada como vibración. Los minerales, los seres vivos, el alma del hombre y dios en esta interpretación, son todas vibraciones aunque cada una de ellas en distintas frecuencias.

Detrás de este gran cambio cultural subyace la necesidad del hombre contemporáneo de alcanzar una síntesis capaz de cubrir sus expectativas en los campos afectivo, intelectual y religioso, desde una perspectiva de unidad. Necesidad que al no encontrar satisfacción, ha generado un cúmulo de conocimientos fuera contexto de la dominación de la fe cristiana.

El origen de buena parte del esquema conceptual religioso implícito en las propuestas de la Nueva Era puede encontrarse fácilmente en las filosofías y creencias nacidas a las orillas del Ganges. La concepción de lo divino como un todo impersonal se identifican en una unidad absoluta el ser y la nada,  la luz y la oscuridad. La creencia surge en la espiritualidad que se funda más en la experiencia sensible de la búsqueda de la paz, la libertad y el gozo individual de una alma elevada a través de la acción y la reacción recorriendo el  camino de descubrimiento de la forma de llevar una vida en armonía para descubrir su propio yo. Así el pecado del cual habla el catolicismo pierde su sentido, ya que las  imperfecciones provocadas por la falta de evolución del individuo, se han de superarse a través de la toma de conciencia de su yo soy.

El humano es inmortal ya que su alma no muere sino que reencarna, actuando en ella  la evolución personal y espiritual que se dan a través de los distintos ciclos del karma, es decir, a través de sucesivas reencarnaciones hasta alcanzar un estado de divinización plena. Recordemos que el hombre es espíritu, energía divina, guardando dentro de él  el micro y el macro cosmos en continua evolución hacia la perfección personal y social. 

Esta búsqueda de la sabiduría se halla escondida dentro de su propio ser, más no en un que él mismo es capaz de todo, ya que posee la sabiduría de todos los dioses archivado en un lugar privilegiado que es el alma inmortal, que en cada reencarnación amplía su experiencia, conocimiento, en una larga cadena de acontecimiento de causalidades y efectos que se producen en el vasto e ilimitado universo, todo ello bajo el respeto absoluto al libre albedrio, la responsabilidad personal en la construcción del bien común, el desarrollo libre y responsable de sus potencialidades, que  conduce a ser una unidad creciente y un artífice y responsable de su propia historia que trascienda con su ejemplo el tiempo y espacio y  cuyo único y solo propósito será la comunión con su plano vibracional más elevado.

A partir de este encuentro de unión y comunión en armonía con el universo, se ha potencializado la ciencia de la ecología con un sinnúmero de aplicaciones en las  interrelaciones de los organismos entre sí y con su medio, convirtiendo a la naturaleza prácticamente en un objeto de culto, y su defensa y conservación en un camino místico-espiritual junto con muchas otras prácticas como las medicinas alternativas donde la naturaleza es la botica. 

Pero la crisis ecológica, el temor a la contaminación radiactiva, las dificultades para controlar y detener enfermedades terminales, la aparición de nuevos problemas como consecuencias no deseadas del progreso tecnológico han sido, entre otros tantos, algunos de los factores determinantes que han conducido a un replanteo del optimismo científico que suponía como principio indemostrable que todo podía ser solucionado y alcanzado por el progreso científico. Paralelamente, el pensamiento científico se encuentra enredado en un enjambre de teorías e hipótesis, de informes y comunicaciones producto de su propia actividad, que hacen cada día más necesaria la colaboración interdisciplinaria, el acotamiento de los campos de investigación, el fluido intercambio de información.

Esta colaboración interdisciplinaria ha sido fecunda sobre todo al generar puntos de coincidencia entre áreas del pensamiento científico que en algún momento pudieron considerarse como totalmente diversas. Es así como se han ido tejiendo coincidencias desde campos tan dispares como la física cuántica, la acústica, la neurología, la óptica y la psiquiatría. Estos principios de coincidencia han servido básicamente para alimentar y alentar el deseo de reencontrar la primitiva unidad del saber perdida en el proceso de diversificación de las ciencias, pero sobre todo para propiciar la de las ciencias naturales a lo trascendente, a lo divino, a una visión de totalidad. A partir de estos presupuestos se habla de una nueva ciencia más humana, más ecológica. 

Por ello todo el conocimiento milenario que se halla en los libros de las civilizaciones antiguas adquieren indistintamente la categoría de sagrados ya que son canalizaciones y constituyen  parámetros de interpretación de toda la evolución  del nivel de conciencia del hombre y del universo.

Aquí es oportuno referirnos al fenómeno OVNI para afirmar que no estamos solos en el universo, sino que somos vecinos de una inteligencia ajena a nuestro tiempo y espacio, que  guían y advierten al género humano acerca de los cambios por venir, los que intervienen en la historia nuestra autodestrucción, e incluso los que tendrían a su cargo la evacuación del planeta en la eventualidad de un cataclismo planetario.

A partir de aquí, se ha creado un universo entero de  avatares, de maestro o espíritus ascendidos con sus nombres, a los cuales se presta veneración y respeto, y cuya enseñanza se adopta como revelación de los dinamismos de la energía divina sobre el destino de la humanidad.

Cada grupo, fraternidad, escuela  y autor, de modo diverso, ha de hacer referencia -en cualquiera de sus versiones- al fin de la historia, del eón presente, a la catástrofe planetaria o al llamado "plan de evacuación planetaria". En este punto hallamos una gran dispersión de opiniones: desde los que son optimistas y afirman que de un modo u otro el planeta encontrará su equilibrio, hasta los abiertamente pesimistas que consideran casi inevitable destrucción del planeta.

Hasta aquí he analizado someramente la nueva conciencia, que cada vez crece y dibuja un nuevo plano de la conciencia humana que maneja los destinos del planeta en todas sus fases.


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