miércoles, 15 de junio de 2011

LOS EFECTOS DE CONTEMPLAR LA NATURALEZA (Parte Final)


VICTOR MANUEL GUZMAN VILLENA


LAS MONTAÑAS

Cuando después de una esforzada caminata accedemos a una cima, experimentamos una sensación de libertad y satisfacción muy grande. Nos limitamos a mirar a lo lejos, y esa satisfacción va transformándose en conquista, donde vamos percibiendo la sublimidad del paisaje montañoso. Por eso cada montaña, por grande o pequeña que sea, posee su fascinación distintiva, ya que desde cada montaña contemplamos un paisaje distinto. Pero cada montaña también tiene una irradiación del todo singular
.
La tradición conoce, no sin razón, montañas o montes sagrados. No hay nación y pueblo que posea una montaña que brilla ante nuestros ojos y representa el poder de la naturaleza. Así, toda montaña o monte es una promesa de que también es nuestra vida que está por encima del valle de la vida diaria. Es un camino para lograr que la vida prospere, ya que hay que hacer de la conquista la verdadera libertad, libertad respecto de nosotros mismos. La montaña, desde la que podemos contemplar el paisaje nos comunica ya algo de esa libertad, y la montaña nos permite experimentar con mayor intensidad la cercanía con el cosmos, allí nos invade una quietud que ella nos podemos darnos a sí mismos. Nos viene de afuera, y para poder experimentar este sosiego de las montañas, no necesitamos más que sosegarnos en ellas mismas y nuestro corazón se serena. Rodearnos de la sublimidad del mundo de las montañas, es hoy el camino más importante para encontrar el sosiego y desasirse de la carga del día a día.

Ya Juan de la cruz, el místico español nos habla de las montañas o montes sagrados y de los montes amados. Nos fascinan no sólo cuando podemos coronarlo, sino también cuando asombrados los contemplamos a lo lejos. La mirada dirigida hacia arriba, hacia las maravillosas cimas, abre nuestros sentidos al expandirnos en el universo como fundamento de la continua transformación a la que está sujeta la naturaleza. Lastimosamente el hombre se ha encargado de ir destruyndoles y así todas las culturas que veneran y aman las montañas están siendo impedidas de conocer sus metas y experimentar con intensidad las cercanías con el universo donde sus cimas se pierden envueltas en la quietud y majestuosidad.

EL DESIERTO

Oh! ¡La dulce sensación de dejarse vivir, de dejar de pensar, de dejar de obrar, de no forzarse a nada, de no añorar nada, de no desear, salvo la duración indefinida de lo que es! ¡Oh! ¡La bienaventurada aniquilación del yo, en esta vida contemplativa del desierto!...
Isabelle Eberhardt


Este mar de arenas con su infinita extensión y aparentemente vacío es uno de los lugares donde la quietud ronda a cada paso. No se trata tan sólo de una calma agradable, ya que a menudo llega a atemorizar. Cuando nadie nos distrae, nos vemos confrontados tanto más intensamente con nosotros mismos. La tranquilidad del desierto nos incita a desasirnos del ruido que llevamos en nuestro interior, a no aferrarnos ya a nada, ni a las palabras, ni a la música, ni al ruido. Sólo quien se abre a la quietud puede soportar el desierto. Entonces, éste se convierte en bienaventuranza, que supone la posesión de un bien perfecto que llene y sacie todo el apetito racional del hombre, que ha de ser poseído con toda plenitud y según toda la capacidad del hombre por el disfrute de un modo permanente de la recta razón.

Desde los primeros tiempos el hombre se fue a vivir al desierto. Esto respondía a distintas razones; entre otras, allí no les perturbaban ni distraían los esparcimientos de la vida. En la actualidad, el desierto ejerce una nueva fascinación sobre las personas. Hoy hay agencias de viajes que se han especializado en las rutas por los desiertos del mundo. En la historia hay muchos casos de importancia. Israel atravesó el desierto tras la tierra prometida, hacia la tierra de la libertad. Para el pueblo, el desierto era el lugar de la especial proximidad de dios. El profeta Oseas habla del tiempo del desierto como de la época del primer amor entre Israel y su dios. Pero también el desierto es lugar de tentación, el lugar en el que el pueblo murmuró contra dios y sintió nostalgia de las ollas de carne de Egipto. Para Jesús fue el desierto el lugar de tentación, allí le asalto la tentación básica de toda persona, pero él la venció. la experiencia del desierto le dio la capacidad de hablar con sabiduría y dedicarse a la tarea de liberar a los espíritus esclavos enseñando las verdades más indiscutibles que hay que confrontar y así liberarse aplicando la vida simple y elegir las prioridades de acuerdo al momento. Es decir es un maestro que murió por liberar, por transformar por revolucionar las mentes y espíritus a que despierten y se revelen contra el orden impuesto.
.
En la actualidad, la naturaleza se ha convertido para muchas personas en un lugar para vivir la experiencia de quietud; y ello, fundamentalmente por dos razones. En primer lugar, la naturaleza es algo que nos viene dado, y al mismo tiempo nos fascina. La naturaleza es, por esencia, serena, por muy intenso que sea el murmullo del arroyo de la montaña. No tenemos más que entregarnos a lo que nos rodea. Si nos dejamos conmover por la belleza de la creación, nos hacemos partícipes de su calma. Pero hay una segunda razón por la que las personas buscan tranquilidad en la naturaleza: la naturaleza no hace valoraciones. En la naturaleza puedo ser como soy en realidad. La naturaleza me sostiene, pertenezco a ella. La vida que percibo en la naturaleza late también en mí. Lo que impide sosegarse a tantas y tantas personas es su juez interior. Dondequiera que estén, ese juez interior pide la palabra. Valora y juzga todo lo que pensamos y hacemos. La naturaleza no hace valoraciones. Cuando nos entreguemos a ella, el juez que llevamos dentro es destituido. Podemos ser sin más y esto nos libera y nos proporciona quietud.

Etiquetas