sábado, 8 de diciembre de 2007

EL TIEMPO MASONICO

VICTOR MANUEL GUZMAN VILLENA

M.·.M.·.

¡El mundo marcha! Hermosa frase que, sostenida como principio en el orden intelectual, se halla demostrada en cada paso que la humanidad en el orden material y progresivo de los pueblos. Cada mejora que se realice en el orden material o científico, es un paso adelante; es un nuevo eslabón unido a la cadena que nos arrastra en pos del bello ideal de nuestras aspiraciones; es un destello de la inteligencia cósmica que en todas partes irradia luz pura a semejanza de la chispa luminosa que lanzan los relámpagos en el espacio. Tal es la marcha de la ciencia, movimiento forzoso, obligado por la incomparable fuerza que las leyes naturales imprimen a cada ser para el cumplimiento de su objeto. Y siendo nuestra Institución en que sus hijos marchen siempre a la cabeza de la civilización, la masonería a través de los trabajos que se estudian al interior de nuestros templos, es el recinto para recibir el pan de la inteligencia, manjar precioso que nutre y robustece a los humanos hasta convertirlos en verdaderos reyes de la creación. Pero no basta con que algunos alentados con la idea del bien se esfuercen por alcanzar tan noble fin, es necesario que todos, absolutamente todos pongamos de nuestra parte cuanto medios estén a su alcance para obtenerlo; es necesario que uniendo voluntades conspiremos al mismo fin, sin lo cual debilitamos los esfuerzos individuales no es posible llegar al pináculo de nuestros deseos; es de absoluta necesidad que todos los actos, todas las evoluciones y todos los procedimientos se hallen combinados de tal modo que converjan en un punto, y no se pierdan vanamente cual se pierden y malogran los ataques más viriles si no marchan en combinada dirección obedeciendo a un cálculo prudente y razonado. Es verdad que el hombre caído y debilitado en su origen tiene necesidad que satisfacer, vicios corregir, aspiraciones que llenar y pasiones que contener; tarea difícil si se atiende a los muros formidables de la ignorancia; pero fácil si se atiende a la idea del trabajo, de la constancia y del tiempo. El tiempo es el mejor maestro, obrero de los siglos que con la inexorable fuerza de sus leyes va arrojando a los abismos de la nada a la misma ignorancia, que como viajera de la vida, está marcada con el sello de lo destructible. El tiempo nos marca el progreso, y el paso del progreso es el paso de la luz de la verdad, cuyo reinado absoluto es el término de los seres y el último de lo creado; es la acción portentosa de un ser que existe separando la luz de las tinieblas; es, pues, el punto donde deben dirigirse todas nuestras fuerzas no individualmente consideradas sino unidas y de mancomún. Porque ¿Qué importa que existan sabios, si el reflejo de su ciencia sólo ilumina las estrechas dimensiones de su laboratorio? ¿Si esa luz no puede convertirse en antorcha de los pueblos alumbrando el oscuro camino de la vida? ¿De qué sirve la ciencia de los sabios si no se convierte en alimento del pobre, en con suelo del afligido, en guía de los que marchan en brazos del error, en apoyo de los débiles? ¿Qué importa que campeen en el mundo claras inteligencias, qué importa que brillen en el seno de las sociedades los destellos de la civilización, qué importa que los medios de vida de que podemos disponer se presten dóciles a realizar la prosperidad de las gentes, si falta lo principal que es el vínculo de unión?

Felices, los que comprendiendo la fuerza, la energía y el adelanto que imprimen los lazos de unión buscan su grandeza en la Asociación Masónica poderosa que convierte lo estéril e infecundo en elemento de prosperidad, bienestar y grandeza de la humanidad.

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