jueves, 17 de julio de 2014

EL SILENCIO SUSTENTO DE LA PALABRA


VÍCTOR MANUEL GUZMÁN VILLENA

La cosmovisión holística de la humanidad, conformada de la concepción totalizante y unitaria, se remonta hacia los orígenes de la humanidad. Las más antiguas y diversas culturas concebían que el movimiento de la naturaleza tiende hacia el orden y el equilibrio, consideraban al ser humano como parte integrante de esa naturaleza viva en constante cambio. Por lo tanto las culturas orientales aprendieron la existencia de este modo, perpetuándose hasta la actualidad. En occidente en cambio comenzó a diluirse, a perderse, al tiempo que iba configurándose una nueva cosmovisión cada vez más fragmentada y materialista de la realidad a partir del dualismo de Descartes, y corporizada en su máxima expresión, en el paradigma mecanicista de Newton. Tomando en cuenta lo antes dicho la  dirección de este trabajo apunta a resaltar  la doctrina Zen.

Los principios del Zen son: La perfección, para todo aquel que manda, es ser pacífico; para el que combate es no encolerizarse; para el que desea vencer, es no luchar; para aquel que se sirve de los humanos es ponerse al servicio de ellos. Hay que tomar las cosas como vienen, caminar cuando se quiera caminar, sentarse cuando  quieras sentarte. No hay nada que perder ni ganar.  Deja pasar las cosas, no buscar ni huir, ya todas las aflicciones se originan en la mente Entonces ¿Por qué buscar en otra parte para liberarse de ellas? ya que todo está dentro de nosotros, confíar en nosotros mismo y observar dentro de nuestro yo, lo que hay allí, y recuerda que tu vida es aquí y ahora. Este es el espíritu Zen.

El Zen es aquello que más se aproxima a la dinámica más íntima de la creación ya que provoca la iluminación. Con respecto a la experiencia Zen es menester enfatizar en el hecho de que no se trata de una religión ni de una filosofía, sino que es en alta medida una disciplina del viaje que hacemos desde que llegamos a la tierra hacia la gran meta que todo ser humano pretende, que es la lucidez frente a todas las cosas, frente al universo.

Zen es experiencia, vida concentrada, vida siempre consciente o la conciencia cotidiana de las cosas, conciencia de todo momento, de toda acción, de toda inacción. El sentido del Zen es fundamentalmente el impulso liberador, la tendencia mental que diluye los antagonismos, admite la coexistencia de los opuestos, conduce al desapego y articula las esferas de lo consciente e inconsciente, de modo que se erige en una audaz tentativa de emancipación del hombre por la abolición de los resultados de la mente dualista, disociadora, que discrimina lo racional de lo irracional.

La cultura oriental ha concebido una palabra para designar este proceso de renacimiento, de iluminación, y, en el budismo Zen es satori. El satori (wu en chino) es la claridad que hay en las cosas mismas, experimentado a partir de una superación absoluta de toda diferencia, de todo dualismo, es la trascendencia del círculo lógico; pero es una experiencia que ningún lenguaje convencional puede explicar, pues el satori conceptualizado deja de ser satori. La apertura del satori puede darse por un sonido inarticulado, una observación, un incidente, una trivialidad, es decir, es un acto que se da de modo inconsciente cuando la propia mente ha madurado. Es un nuevo nacimiento; intelectualmente es la adquisición de un nuevo punto de vista.

La iluminada comprensión es efectivamente un despertar y por lo tanto constituye una nueva perspectiva mental, una penetración intuitiva, una capacidad que va madurando como fruto, una forma de la atención que se va haciendo cada vez más honda y poco a poco define las palabras, el modo de combinarlas, en oposición al entendimiento intelectual y lógico del humano, la revelación de un nuevo mundo hasta entonces no percibido por la mente dualista.

En el despertar el humano incrementa y afirma a tal punto su ser interior que es capaz de tender un puente hacia las cosas alcanzando tal amplitud y profundidad que trasciende lo individual y logra acceder de manera activa a otra dimensión de la realidad. Esta apertura intuitiva del inconsciente hacia la complejidad de la realidad es la causa de que infinitos caminos conduzcan a una sola meta, tan perfecta como si hubiese sido planificada con la precisión máxima de modo que el hombre pueda traspasar una frontera y proyectarse hacia el exterior.

La disciplina del Zen puede convertirse en un modo de vida, en un valioso medio de conocimiento interior, donde la locuacidad del silencio habilita un nuevo espacio donde emerge la posibilidad creadora ante lo manifiesto. Es la posibilidad de reconquistar esa conjunción de palabra y silencio, de “abrir algo entre la palabra y el silencio e intentar la recuperación del silencio y a partir de ello ser una presencia, que muy pocos lenguajes son capaces de transmitir:

Se puede decir que sin silencio la palabra no existe,  pero no es así ya que funciona  como  un elemento de cohesión con un valor específico propio. Hay  cargas de silencio en la actividad diaria, que viene a constituir una especie de respaldo, la espalda de silencio que tiene la dimensión de la vida, toda esa esencial vivencia del silencio sin la cual no hay expresión válida. Pero hay algo más: no es sólo esa envoltura de silencio lo que sustenta a la palabra, sino que cada una de ellas tiene su propia carga interna de silencio.

Con respecto a la unión con la naturaleza por parte de las culturas orientales, el Zen mantiene una percepción e identificación con lo que en ella existe de sagrado. La sacralización de la naturaleza roza lo cotidiano y, por extensión, vida diaria se desarrolla a partir de, y por, en un ámbito eminentemente natural. Análogamente también puede rastrearse la presencia de la naturaleza a partir de la experiencia de la conciencia no dual de la realidad en nuestra existencia acerca de lo que de ella hay en nuestro ser constitutivo y en lo que de ella podemos aprender a vivir. Este cambio de perspectiva produce un sentido completamente nuevo de realidad y de valor.


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