domingo, 20 de noviembre de 2016

SOMOS EL UNIVERSO


VICTOR MANUEL GUZMAN VILLENA

Si estudiamos las leyes del universo y vivimos de acuerdo con ellas, aprenderemos de sus procesos y mediante nuestra experiencia adquirida viviremos en íntima relación con este infinito espacio y con la naturaleza. Así seremos uno con el cosmos y adquiriremos conciencia de nosotros mismos, gracias a que en el cuerpo físico crece nuestro cuerpo energético, y en éste último  evoluciona nuestro cuerpo espiritual, es decir el cuerpo de luz. En este proceso de transformaciones energéticas continuas, regresamos a nuestros orígenes y realizamos nuestra naturaleza intrínseca original, de la que la paz y la libertad son frutos naturales.

Un elemento esencial de este crecimiento espiritual es cultivar el sentimiento de pureza, de alegría de vivir y de asombro, recuperando y perfeccionando la emoción de la inocencia  de un niño pequeño. Ese niño virginal significa  la pureza, la inmortalidad y nuestro propio sentido de verdad interior como reflejo de nuestro origen espiritual.

La mala calidad de nuestras vidas y de la sociedad en su conjunto, se debe a la percepción de lo que somos o lo de tenemos, del sitio donde nos originamos y de lo que hacemos en la tierra. La calidad de nuestra vida, tal como lo vivimos, no refleja toda nuestra potencialidad. Hemos quedado atrapados en una forma de vida racional y material mediante la represión y la desconexión tendiendo siempre a perdernos en la culpabilidad y proyectando nuestras emociones negativas y queriendo buscar la verdad fuera de nuestro interior.

El estado de desconexión espiritual se ha agravado aún más por nuestras formas antinaturales de vivir, de movernos y de alimentarnos. La desconexión espiritual y la obsesión materialista están arraigadas en las bases de la sociedad moderna. Dado que nos hemos alejado de la inteligencia del universo, que es nuestra única fuente de verdadero conocimiento, nos hemos convertido en una nave espacial sin información externa, dependiendo de nuestra buena suerte y esperanzados en ella. Por lo tanto la mayoría de quienes habitamos la Tierra vivimos en un estado de hibernación, sin ser conscientes de que estamos atrapados en el pasado, temerosos de vernos a nosotros mismos y de percibir el lugar que ocupamos aquí y ahora.

Siendo este el estado predominante de la energía social, no es fácil escapar a él. Dado que la mayoría de las personas están resignadas a permanecer en este estado. Si se les preguntaría como se sienten  y como están, dirían –estamos bien- Sus vidas básicamente giran en torno a la alimentación, el sueño, el apareamiento, la seguridad y el poder. Si vieses un poco más allá y fuesen honestas consigo mismas, verían que son bastante infelices y sentirían el vacío en su interior. El profundo temor de ver este dolor y este vacío les impide darse cuenta de que han truncado gravemente su naturaleza divina.

Todos somos hijos del universo y por ende creados por la misma inteligencia, la misma sustancia sutil y las mismas leyes físicas y químicas que a cada instante transforma y expande el universo, convirtiéndonos espontáneamente en coautores de su proceso evolutivo. No somos hijos del universo y de su amor que nos dio la vida, sino que también somos sus padres y madres, y nuestro amor es correspondido de la forma en que se evoluciona.

Una vez que asumimos verdaderamente la responsabilidad de nosotros mismos, de nuestro origen espiritual y de nuestra misión en la vida, podemos comenzar a despertar de este estado de semiinconsciencia. Entonces adquiriremos conciencia de los miedos y de los mecanismos que hemos cultivado para evitar entrar en contacto con nuestro verdadero yo. Solo cuando tengamos el valor de mirar más allá de la superficie de nuestra conciencia ordinaria, seremos capaces de abrirnos y de transitar por la senda de la libertad y de la independencia espiritual.

Haciendo historia el período hippie y el New Age o Nueva Era podrían ser vistos como reacciones contra el materialismo. No obstante, mucho de sus seguidores de estos movimientos han caído en objetivos mundanos y materiales, es decir a un espiritualismo sin raíces, padeciendo los mismos miedos y usando una nueva salida de emergencia, en la que existe la misma dualidad entre el cielo y la tierra que ha caracterizado a la mayoría de las tradiciones religiosas y filosóficas dominantes.

Igualmente las personas que tienen este arraigo deficiente y una relación negativa con su cuerpo suelen enfrentarse a una cantidad de problemas relacionados con el sexo, el dinero, la salud, la autoestima y las relaciones interpersonales. Es común que padezcan inseguridad y que su relación con las realidades de la vida sea débil. Tienden a buscar maneras de eludir estas realidades, incluso su propia existencia física, de manera que experimentan una creciente desconexión entre su cuerpo, su mente y su espíritu. Estas personas comprenden que necesitan buscar la verdad dentro de sí mismas, ya que poseen el impulso interno. Sin embargo, esto les resulta difícil debido a la separación que han creado en su interior entre lo que está arriba y abajo, entre el cielo la tierra.

La búsqueda de la libertad muchas veces les vuelve prisioneros de su propia indagación, por ende están destinados a acabar tan desequilibrados como sus contrapartes materialistas. El intenso dolor que experimentan los empuja a seguir una ruta espiritual, libre de todo obstáculo. En estos casos el mismo ego se oculta tras una máscara espiritual. Cuando desviamos nuestra atención lejos de nuestro cuerpo, separamos la inteligencia de la materia. De esta forma el cuerpo se vuelve ignorante, dependiente y egoísta. Esto deshonra al Templo más sagrado del mundo.

Todos podemos contribuir a mejorar la calidad de vida de cada uno de nosotros y del  planeta, disolviendo la densidad y la separación entre nuestra mente y nuestra mentalidad social. El problema no solo se halla en el cuerpo sino también en la ausencia y en la negación de la comprensión del espíritu verdadero, infinito e insondable, y de la mente universal. La verdad se encuentra en una vida espiritual armoniosa, feliz y llena de luminosidad por nuestros actos en el que se incluye al cuerpo físico. Al fundir conscientemente el espíritu con el centro de la existencia espiritual, surge automáticamente una nueva calidad de vida.


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