lunes, 30 de junio de 2008

LA PACIENCIA DE APRENDER A VIVIR


VICTOR MANUEL GUZMAN VILLENA M.·.M.·.

A las pocas semanas de nacer, los pájaros vuelan, los patos nadan, los gatos salen a cazar. A los quince minutos de haber salido a la luz, el ternero ya se pone de pie y comienza a caminar detrás de su madre. No necesitan aprender a caminar, volar, nadar, cazar. Por el mero hecho de existir, disponen de todos los resortes necesarios para defenderse y sobrevivir. Se podría decir que todas las técnicas vienen elaboradas en las entradas de su organismo; las traen aprendidas sin necesidad de entrenamientos: es el equipo instintivo que los conduce certeramente por los manimos de la supervivencia. 

No sucede así con el humano. Una vez nacida, la criatura humana es el ser más desvalido de la creación. Todo tiene que aprender; con la particularidad de que el instinto funciona espontáneamente, casi mecánicamente; y, en cambio, el uso de la inteligencia presupone riesgos, porque obliga al hombre a realizar un complejo proceso de análisis, comparación, exclusión, opción, todo lo cual involucra grandes incertidumbres e impredecibles emergencias. Y por este camino le llega al hombre un desabrido visitante, que, como sombra nunca más se apartará de su lado: La ansiedad.

El aprendizaje del arte de vivir no se termina cuando el humano alcanza su mayoría de edad, o al conseguir un título académico para ejercer una profesión y ser autónomo. Porque vivir no consiste en ganarse el sustento cotidiano o en formar un hogar. ¿Qué consigue el hombre al haber asegurado una sólida situación económica o con haberse educado o formar un hogar, si su corazón sigue agonizando en una tristeza mortal? 

Vivir es el arte de ser feliz. Y ser feliz es liberarse, en mayor o menor grado, de aquella ansiedad que, de todas formas, seguirá porfiadamente los pasos humanos hasta la frontera final. 
El arte de vivir consistirá, pues, en una progresiva superación del sufrimiento humano, y, por este camino, es una paulatina conquista de la tranquilidad de la mente, la serenidad de los nervios y la paz del alma. 


Pero no hay que creer que esta felicidad se puede conseguir por arte de magia o como un regalo de navidad. Si para obtener un título universitario o montar una empresa próspera el humano ha necesitado largos años de esfuerzo, constancia, disciplina, metodología y sobre todo tenacidad a toda prueba, que nadie sueñe con doblarse la mano de ansiedad o en ganar la batalla del sufrimiento, llegando así a aquel anhelado descanso de la mente, con un trabajo esporádico y superficial. 
Cuando decimos paciencia, significa esfuerzo, orden y dedicación en la práctica del autocontrol, relajación, meditación. 
No vamos a conseguir nada con solo leer esta Carta o abrigar dentro de nosotros buenas intenciones; es imprescindible que los deseos se transformen en convicciones, y las convicciones en decisiones. Las decisiones, a su vez, tienen que conducirnos de la mano a reordenar un programa de actividades para dar sentido a nuestra vida. 
Este sentido de la vida es un valor que da valor a los demás valores como son: las palabras, actitudes, reacciones, revestidos de un color y brillo tan particular como es la alegría que es la sensación de plenitud que, en el otoño de nuestros años volverán nuestras miradas hacia atrás para exclamar que valió la pena esta venturosa aventura. 
El objetivo central de una vida no se conseguirá sin una dedicación metódica y ordenada. Para poder ahuyentar las sombras y dar lugar a la alegría es imprescindible someterse a un ejercicio de autocontrol y meditación a lo largo de su vida.
No hay que olvidar que la vida misma es un misterio general e imponderable; es un ejercicio ejecutado en momentos diferentes produce resultados diferentes en una misma persona. La vida es esencialmente ilógica, porque es esencialmente movimiento: movimiento oscilante de altibajos, sin vislumbrarse, con frecuencia, las causas que originan tan desconcertante vaivén. 


Cuando el ser humano tendría motivos más que suficientes para saltar de alegría, está abatido. De pronto, en los días azules, su alma está nublada; y en los días nublados, su alma está en azul. No hay lógica.
La persona deseó ardientemente conquistar aquella meta soñada, y, alcanzado el sueño, se queda insatisfecha, con un amago de decepción. De repente cuando los negocios iban viento en popa, su estado de ánimo está por los suelos; y cuando, a su alrededor, todo es desastre y ruina, no se sabe que don interior lo estimula para seguir luchando. 
Paciencia, es el arte de saber, significa tomar conciencia de que la naturaleza humana es así. Hay que comenzar por aceptarla tal cual es, para no asustarse cuando los resultados no sean proporcionales a los esfuerzos o cuando los efectos hayan sido extrañamente imprevisibles.

martes, 10 de junio de 2008

VACIAR NUESTRO EGO


VICTOR MANUEL GUZAN VILLENA
M.·.M.·.
Año 5767
R.E.A.A. 

La persona es una realidad conjunta y un conjunto de realidades. La persona tiene una constitución fisiológica, una capacidad intelectual, una estructura temperamental, un equipo instintivo. Todo ese conjunto está precedido y compenetrado por una conciencia que, como dueña, integra todas esas partes.
Ahora bien: esa conciencia proyecta para sí misma una imagen de toda la persona. Aquí podemos analizar lo que una persona es, y a eso lo llamamos realidad, y otra cosa la imagen que se forma de esa realidad. 

Si la realidad y la imagen se identifican, hemos llegado a la sabiduría u objetividad. Pero generalmente la conciencia comienza a distanciarse de la apreciación objetiva de sí mismo en un doble juego. 

Primero, no acepta, sino que rechaza su realidad; en segundo lugar, le nace el complejo de omnipotencia: desea y sueña con una imagen “omnipotente”, de desear ser así pasa insensiblemente a imaginar ser así: una imagen ilusoria e inflada que se llama el yo. 



Después pasa a confundir e identificar lo que soy con lo que quisiera ser , y en este proceso de falsificación, el humano se adhiere emocionalmente y a veces morbosamente, a esa imagen aureolada e ilusoria de sí mismo, en una completa simbiosis mental entre la persona y la imagen. 

Aquí no estamos hablando del verdadero yo que es la conciencia objetiva de la propia identidad, sino de su falsificación o apariencia, que es la que, normalmente prevalece en el ser humano y que se llama YO.

En definitiva, el yo es pues, una ilusión. Es una red concéntrica tejida de deseos, temores, ansiedades y obsesiones. Es un centro imaginario al que acoplamos y atribuimos, agregamos y nos referimos en todas las vivencias sean sensaciones o impresiones, recuerdos o proyectos. 

Este centro imaginario nace, crece y se alimenta con los deseos y, a su vez, los engendra, tal como el aceite alimenta una llama de una lámpara. Consumido el aceite se extingue la llama. Anulado el yo cesan los deseos y viceversa, apagados los deseos se extingue el yo. Esto llamaremos la liberación absoluta.
El yo no existe como entidad estable, como sustancia permanente. Es mudable. El yo consta de una serie de yoes que se renuevan incesantemente y se suceden unos a otros. Es tan sólo un proceso mental que está constantemente en curso de destrucción y construcción. 

El yo no existe. Es una ilusión imaginaria. Es una ficción que nos seduce y nos obliga a doblar las rodillas y extender los brazos para adherirnos a ella con todos los deseos. Es como abrazarse a la sombra. No es esencia sino pasión encendida por los deseos, temores y ansiedades. 

En definitiva vivimos una mentira. Y esa mentira ejerce sobre las personas una tiranía obsesiva. Están tristes porque sienten que su imagen perdió color. Día y noche sueñan y se afanan por agregar un poco más de brillo a su figura. Caminan de sobresalto en sobresalto, danzando alucinados en torno a un fuego fatuo, y en ese ritmo, esa danza general, los recuerdos le amargan, las sombras le entristecen, las ansiedades los turban y las inquietudes los punzan. Y así el yo les roba la paz del corazón y la alegría de ser felices en el vivir. 

El yo levanta murallas. Su lema es: todo para mí, nada para ti. Ataca, hiere y mata a quien brille más que él. Detrás de todas las batallas que el yo prepara, dirige y lucha, siempre pretende flamear la bandera y la imagen del yo. Es un parto nocturno que da incesantemente a luz los amargos frutos de las envidias, las venganzas, rencillas y divisiones que asesinan el amor y siembran por doquiera dolor y muerte. 

El amor propio no quiere perdonar; prefiere la satisfacción de la venganza: una locura, porque sólo él se quema. A las personas no les importa tanto tener como el aparecer; les interesa todo lo que pueda resaltar la vana mentira de su figura social. Por eso se mueren por automóviles, mansiones, vestidos, relumbrantes fiestas de sociedad, aparecer en las páginas de los periódicos, en las pantallas de televisión, entrevistas; por todo aquello, en fin, que sea apariencia. Es un mundo artificial que gira y gira en torno de esa seductora y vana vida. 

En suma, el yo es una loca quimera, es una vibración inútil que persigue y obsesiona. Es un flujo continuo e impermanente de sensaciones e imprecisiones, acopladas a un centro imaginario. 

LIBERACION

La tranquilidad mental es un estado en el que el humano deja de referirse y agarrarse a esa imagen ilusoria. La liberación consiste en extinguir la llama de la vanidad del yo y tomar conciencia de que están abrazados a una sombra. 

La tarea de liberación consiste, pues, en vaciarse mentalmente, para convencerse de que el supuesto yo no existe. Así como el origen de todo dolor está en el error de considerar la imagen del yo como entidad real, la liberación del sufrimiento consiste en salir de ese error. 

 
Y desde ese momento, como caído el árbol, caen las ramas, así como consumido el aceite se extingue la llama de la lámpara, de la misma manera yugulado el yo, quedan cercenados los sentimientos que estaban adheridos al centro imaginario.

Extinguido el yo, se apagan también aquellas emociones que eran, al mismo tiempo, madres e hijas del yo; temores, deseos, ansiedades, obsesiones, prevenciones, angustias. Y, apagadas las llamas nace en el interior un profundo descanso, una gran serenidad. 



Muere el yo con sus adherencias, y nace la libertad, y para ello uno tiene que pasar a través de la oscuridad para poder llegar a la luz.

domingo, 1 de junio de 2008

BUSCANDO LA FELICIDAD

VICTOR MANUEL GUZMAN VILLENA M.·.M.·.

Año 5.767
R.E.A.A.



Desde antes de ver la luz, el humano trae escrita en sus entrañas la historia de su vida, y si no la historia misma, al menos los rasgos generales. Efectivamente: marcadas y selladas, allá, en las últimas unidades vivientes llamadas genes, trae el humano escritas claves cifradas las tendencias fundamentales que conforman el entramado de una personalidad: inclinaciones hacia la sensibilidad, sensualidad, timidez, impaciencia, generosidad, nobleza, mezquindad. A esto le llamamos los códigos genéticos.


Esta estructura no cambia. Se muere como se nace. Podemos, eso sí, mejorar, como también empeorar, pero siempre a partir de la estructura básica. No hay que hacerse ilusiones: un tipo orgulloso, rencoroso, por ejemplo, nunca se transformará en un ser apacible, humilde corazón. 

Quienes nacieron encantadores, encantadores morirán. Estructuras personales fuertemente inclinadas a la melancolía, por ejemplo, o negativamente conformadas, no serán esencialmente alteradas, aunque sí podrán ser mejoradas. 

Pero esta mejoría lleva un ritmo lento y desigual. Y esta mejoría se puede observar, y observar aprendiendo a controlar los nervios, sufre menos que antes, se encuentra más relajado, eso es una señal que va bien, que avanza.

Los sufrimientos provenientes de un modo de ser nunca desaparecen totalmente; pero pueden suavizarse hasta tan punto que el sujeto se siente más aliviado, casi feliz. 

 
Por tanto siempre es válido hacer el esfuerzo y la lucha para canalizar las energías para una ordenada puesta en práctica de la liberación. Es necesario despertar una y otra vez y tomar conciencia de que la vida es corta y que esta vida no se repetirá, y que tampoco podemos regresar a la infancia para reiniciar esta aventura. Los años no perdonan. La mayor desdicha humana consiste en experimentar que la existencia se nos escurre entre las manos sin haber saboreado la miel de vivir. Vale la pena dedicar todos los esfuerzos a la tarea de las tareas, que es alejar de nuestras fronteras a los enemigos de nuestra vida el sufrimiento ya tristeza. Y para alcanzar la cima de esta cumbre siempre debe acompañarnos la paciencia. 


Nosotros seres de la sociedad de la tecnología nos hemos acostumbrado a solucionar nuestros problemas buscando y esperando la salvación, poco menos que mágicamente, de los consultorios y medicamentos. 
Eso es una vana ilusión y una peligrosa dependencia. Lo menos que puede suceder es que acabamos perdiendo la fe y al confianza en nosotros mismo, descuidando todo nuestro esfuerzo y abandonándole en un rincón a la paciencia y, sobre todo, olvidándonos el hecho de que llevamos en nuestras manos armas poderosas para salvarnos a si mismo, para ello hay que armarse de paciencia y ceñirse de coraje.
 

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