VICTOR MANUEL GUZMAN VILLENA
Todas las cosas están de espaldas a la mujer y de cara al hombre.
Cuando el hombre y la mujer se fusionan todas las cosas adquieren armonía.
Lao Tse en Tao-te King.
Así lo he escuchado. El misticismo religioso, sobre todo el cristiano, se manifiesta casi siempre bajo la forma de dualidad, una relación de tensión entre el alma y dios, o entre el maestro y el discípulo o entre el amante y el amado. Esta dualidad básica de los opuestos primordiales: creador y la creación, del espíritu y la materia, del tiempo y la eternidad, del cielo y la tierra, o de las tinieblas y la luz; está muy próxima al corazón mismo de la existencia. Por tanto los opuestos cobran numerosas formas sin dejar de ser en esencia los mismos. Igual podemos decir de la filosofía china del taoísmo donde se reconoce el equilibrio entre los masculino yang y lo femenino yin, como requisito indispensable para la iluminación personal y la armonía social.
Todas estas formas debemos repasar para comprender mejor la naturaleza esencial; y para ello lo mejor será considerar el papel que cumplen ante todo en el gran macrocosmos de la naturaleza, y luego dentro del microcosmos individual.
En la mayor parte de las mitologías de distintas regiones del mundo aparece una pauta similar, expresada en lo que Carl Jung denominó los “arquetipos”, procedente de un fundamento psicológico común que él llamo el “inconsciente colectivo”. Uno de los temas preponderantes vinculado con la creación y la estructura de su cosmología, es el de la separación de los procreadores del mundo. El Código Da Vinci conecta con este misterio, el conflicto y el drama de esa transformación histórica. Rescata el principio femenino que afirma a la naturaleza y venera a las diosas, reprimido durante siglos. Allí se empieza a entender que la integración de los principios masculino y femenino es algo más que una mera llave para lograr la creatividad y la realización individual. Leonardo Da Vinci y Dan Brown intuyen este paradigma de esta integración.
En la polaridad cielo y tierra, los antiguos pueblos creían que estaban unidos, aquel yacía tendidos sobre ésta o bien elevado apenas, de modo tal, que las personas no tenían suficiente lugar para caminar erectas entre ambos. Donde rigen tales creencias, la actual altura del cielo se adjudica al poder del algún dios o héroe que le dio un empujón con tal fuerza que desde entonces el firmamento se elevó y permanece en lo alto.
Cielo y tierra son, pues, la primera expresión de los opuestos primordiales. En la mitología griega asumieron la forma de Gaia o madre tierra, y Urano el cielo coronado por estrellas, a quien Gaia sostenía “y dotó del misma grandeza de ella, de manera que le cubriera por entero”. Por tanto los primeros progenitores del mundo no son solamente el cielo y la tierra, sino el padre Cielo y la Madre Tierra, opuestos arquetípicos de los principios creativo y receptivo que se expresan como padre y madre; macho y hembra.
LA SEPARACION Y LA UNIDAD
Todas estas separaciones: tierra-aire; arriba-abajo; día-noche; blanco-negro; luz y oscuridad pueden integrarse en una sola unidad a través del símbolo de la luz que siempre ha ocupado un papel básico en los mitos de la creación. Esta luz debe simbolizar la conciencia del hombre, y este acto de cognición parte siempre de los opuestos, ya que la experiencia del mundo, sólo es posible a través de los opuestos.
El padre-Cielo precedió a la Madre-Tierra, o fue al revés, hay mucha ambigüedad al respeto. En el himno que Homero dedica a Gaia, dice así: “Le cantaré a Gaia, madre universal, sólidamente asentada, la más antigua de las divinidades…”Pero, por otro lado, Apolodoro declara que el cielo fue primero, y él erigió sobre todo el mundo”.
Jung había puesto de relieve el sentido que tiene el individuo de lo masculino y femenino, o cómo los vive en su mundo psíquico interno, al decir: “he tratado de equiparar la conciencia masculina con el concepto del Logos y la femenina (inconsciencia) con el de Eros”. Pero hay otros científicos que van más allá cuando afirman que “la correlación conciencia-luz-día e inconsciencia-oscuridad-noche es válida independientemente del sexo, y no altera el hecho de polaridad entre el espíritu y el instinto, aunque esté organizado de modo diferente en el hombre y la mujer. La conciencia, como tal, es masculina incluso en la mujer, así como lo inconsciente es femenino aun en el hombre”.
Aquí radica el valor de las antiguas expresiones de Dios-Padre-Cielo y de la Diosa-Madre-Tierra. Lamentablemente, en la gran mayoría de las personas estas dos fuerzas arquetípicas de lo masculino y lo femenino (que se expresa en nosotros como la conciencia y lo inconsciente) no están despiertas y por ende existen separadas, aisladas y extrañadas una de la otra. El individuo que no ha despertado lleva entonces una doble vida fragmentaria y desconectada, una con su ser de la conciencia, la luz y el día, y otra con su ser de lo inconsciente, la oscuridad y la noche. Visto desde otro ángulo, este rompimiento y desconexión internos del individuo equivalen a la vieja lucha entre Logos y Eros, que se encuentran en conflicto durante toda la vida, procurando dominarse mutuamente.
La mujer y el hombre
El hombre es: la más elevada de las criaturas.
La mujer es: el más sublime de los ideales.
El hombre es: el águila que vuela.
La mujer es: el ruiseñor que canta.
Volar es: dominar el espacio.
Cantar es: conquistar el alma.
El hombre es: el cerebro.
La mujer es: el corazón.
El cerebro ilumina.
El corazón produce amor.
La luz fecunda.
El amor resucita.
El hombre es el genio.
La mujer es el ángel.
El genio es inmensurable.
El ángel es indefinible.
La aspiración del hombre es la suprema gloria.
La aspiración de la mujer es la virtud eterna.
La gloria engrandece.
La virtud diviniza.
El hombre tiene la supremacía.
La mujer, la preferencia.
La supremacía significa fuerza.
La preferencia representa el derecho.
El hombre es fuerte por la razón.
La mujer es invencible por las lágrimas.
La razón convence.
Las lágrimas conmueven.
El hombre es capaz de todos los heroísmos.
La mujer es capaz de todos los sacrificios.
El heroísmo ennoblece.
El sacrificio sublimiza.
El hombre tiene un farol: la conciencia.
La mujer tiene una estrella: la esperanza.
La conciencia guía.
La esperanza salva.
El hombre es un océano.
La mujer es un lago.
El océano tiene la perla que lo adorna.
El lago tiene la poesía que lo deslumbra.
En fin:
El hombre está colocado en donde termina la tierra;
y la mujer en donde comienza el cielo.
Víctor Hugo
Poeta francés
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