VICTOR MANUEL GUZMAN VILLENA
A la rutina le podemos comparar como a una blanca termita que, silenciosa e invisiblemente avanza por las entrañas de la madera, hasta corroerla y debilitar los fundamentos del edificio; es como la penumbra que, imperceptiblemente se desliza en los aposentos interiores a la hora del crepúsculo: por no ser luz, no es amada; por no ser oscuridad no es temida. Y así pasa desapercibida y lo llamaremos rutina.
No es un virus ni una pandemia. No aparece tipificada en ningún cuadro patológico. Los profesionales no la conocen, o al menos no se preocupan de ella. Por eso nadie lo estudia ni buscan remedios para combatirla. No se mete en aventuras ni se mezcla en escándalos. Pasa tan desapercibida que nadie se asusta ni siquiera de su sombra. Sin embargo la rutina es la fuerza más desestabilizadora de las instituciones humanas y de las vidas mismas. Es sin duda alguna, el roedor más temible de la institución matrimonial. Más allá de los problemas de adaptación que pueden surgir entre las parejas, la rutina empieza a trabajar, socavando las raíces de la ilusión y el amor.
Está presente en todas las actividades del humano, desde el microcosmos que es la persona, el hogar, la actividad profesional, hasta el macrocosmos como es un gobierno hasta llegar a las más encumbradas Instituciones del Mundo, donde la rutina ha sido su mejor sitio para difundirse reduciendo su acción a monotonía y aburrimiento y desencanto.
Por los efectos de la rutina, las personas experimentan una constante caída de tensión en sus compromisos, pierden el ímpetu inicial, aflojan en el entusiasmo. Aparece la apatía, desfallece la ilusión y se hace presente la tibieza. Nada es frío ni caliente, y por eso todo acaba causando tedio.
Una preciosa melodía que hoy nos arrebata, luego de escucharla algunas veces, ya deja de gustarnos y si seguimos oyendo acaba por aburrirnos y dejamos de darle la importancia debida. Igual un manjar exquisito, repetido durante varios días, cansa, luego fastidia y finalmente nos provoca náuseas.
¿Qué es la rutina?
Si es difícil detectarla más difícil es describirla y prácticamente imposible definirla. Hay muchos conceptos cuyas fronteras se entrecruzan con la rutina. Ellos son; aburrimiento, monotonía, tedio, náusea. A veces no se perciben claramente las líneas divisorias entre unos y otros.
Digamos que cada momento nos ofrece una nota de novedad respecto del momento anterior. Por ejemplo: los ejercicios físicos; el aseo personal; el trabajo durante varias horas; después un tiempo con los amigos; en casa escuchar música, ver la televisión o el cine, navegar por el Internet, conversa y tratar de dormir. Es evidente que, objetivamente, cada momento es distinto, pero rutinariamente igual día tras día, y así se está situando en el umbral de la rutina, porque sus actividades pierden su relieve, sobreponiéndose unos a otros, y así se desvanece y fenece el tiempo interior y se ha caído sin darse cuenta en las redes de las rutinas. De esta Rutina no se libra quien haga 10 o 100 actividades diariamente en forma mecánica, todos los días de la misma forma. Pero quien lo haga aunque sea una sola actividad pero actuando en forma dinámica, creativa, con expectativas y poniendo humor y amor en lo que hace, nunca llegará a conocer a la rutina.
La rutina aparece, pues, cuando las cosas comienzan a perder sus perfiles diferenciadores; las cosas pierden novedad, ya que todo es igual, todo es uniforme y amorfo. Y entonces entra un juego de monotonía, que es madre e hija de la rutina. Y como consecuencia, los elementos diferenciadores de cada momento comienzan a perder relieve, sobreponiéndose unos a otros, y tenemos la sensación de que el tiempo se ha detenido, es decir, que se ha muerto el tiempo interior, que marca la transición entre una situación presente y la que le sigue.
El asombro
Cuando desaparece la capacidad de asombro, que es la facultad de percibir cada cosa, por pequeña que ésta sea, como nueva, e incluso captar cada vez como nueva una misma situación; lo que hace que la vida misma se torne en una eterna “poesía” de creación en el humano, poniendo su nombre a cada cosa por obra y gracias del asombro. Cuando aparece la rutina, muere el asombro; o mejor, la muerte de la capacidad de asombro se llama rutina.
Si no tenemos asombro la vida pierde razón, sentido, belleza y novedad. Y por este camino pueden llegar el tedio y la náusea. Cuando el alimento se desnaturaliza, se corrompe, entonces se produce esa reacción vegetativa que llamamos náusea. De la misma manera, cuando las cosas y la vida mismo pierden su naturaleza propia o identidad específica, el humano puede experimentar aquello que los antiguos llamaban tedio de la vida, es decir, la náusea a nivel psicológico o experimental.
La rutina es motivada, en parte, por la repetición. Toda cosa o situación percibida por primera vez luce nueva; todo lo nuevo tiene novedad. A la captación vivencial de esa cosa o situación la llamamos novedad. Si la cosa tiene novedad, el momento también la tiene, y percibimos la diferencia entre uno y otro momento; a esa percepción la estamos calificando como tiempo interior.
En la medida en que la cosa o la situación se repiten, se desgastan; es decir, pierden originalidad o capacidad de impacto; porque en último término, la novedad no es otra cosa que la capacidad de impacto que la cosa produce sobre el sujeto receptor. Pero si la situación se repite una y otra vez y de la misma manera, pueden desaparecer el impacto, el asombro y la novedad.
Y así vemos como matrimonios que durante largo tiempo vivieron plenamente su compromiso, comienzan a deteriorarse, hasta acabar arrastrando una existencia lánguida, dominada por la apatía, sin capacidad para infundir novedad al quehacer de cada día, sin ilusiones.
Cada día nos cruzamos en el camino con jóvenes hastiados de la vida a sus 25 o 30 años, sin idealismos ni proyectos para el futuro, creyendo que la vida solo es consumismo y más consumismo, ahogados en el aburrimiento de visitar mecánicamente las catedrales de las compras llamado shopping, como su máxima ilusión aparte de la adicción al alcohol y las drogas. Y podemos afirmar que son muy pocos los que, a lo largo de los años conservan aquella especie de aura primaveral, que es flor y fruto de la capacidad de asombro. Así tenemos un fenómeno humano de los viejos-jóvenes y de los jóvenes-viejos.
He dicho que la repetición genera la rutina. Pero no siempre es exactamente así. Si lo hacemos en forma mecánica es rutina, pero si lo hacemos poniendo imaginación, entusiasmo, las cosas cambian, porque hemos poblado ese mundo interior. de nuevas vivencias. Una frase se puede repetir varias miles de veces, pero siempre tendrá una novedad si es dicha con espontaneidad. El “te amo” pronunciada con imaginación, causa alegría, exaltación, optimismo y expectativas y así la persona que recibe vibra de amor y aleja a la rutina de su vida, y más bien entra por la puerta del misterio de saber que hay más allá de ese yo “te amo”.
Por tanto, siempre hay que recurrir a la variedad para superar la rutina; recorrer tierras nuevas, descubrir otros pueblos y paisajes desconocidos, entablar nuevas amistades, modificar los hábitos cotidianos. Todo esto induce a nuevas actitudes positivas, pero no significa una verdadera solución. La novedad debe venir de adentro hacia afuera, no de afuera hacia dentro. Esto es la clave del cambio, ya que contemplar un paisaje incomparable con ojos tristes, no es más que un triste paisaje. Para un enfermo de melancolía, una esplendida tarde de primavera es como un otoño lánguido, sin menospreciar el influjo de la belleza que tiene el otoño para los creativos y grandes artistas. Cuantas veces los efectos de una sinfonía y de un poema dependen del estado de ánimo del oyente o del lector.
Manos a la obra
Lo importante es conservar la lámpara encendida. Cuando el interior del humano es luz, todo es luz. Como lo he venido recalcando desde su comienzo, cuando las moradas del castillo interior están pobladas por la alegría, también están alegres los peces del río, o los árboles de un bosque. Un espíritu abierto al asombro viste de novedad al universo entero.
He aquí el secreto: ser eternamente niños para, al igual que en la primera mañana de la creación universal ser capaces de poner un nombre a cada situación, a cada cosa, una por una.
Para culminar con este viaje que hemos realizado junto con la rutina, y a la cual nos hemos dispuesto todos los lectores ha derrotarlo, vamos a leer un bello relato titulado:
Historia: Conspiración para eliminar al amor
Hubo una vez en la historia del mundo un día terrible en el que el odio, que es el rey de los malos sentimientos; los defectos y las malas virtudes convocaron a una reunión urgente.
Los sentimientos negros del mundo y los deseos más perversos del corazón humano llegaron a esta reunión con curiosidad de saber cuál era el propósito. Cuando estuvieron todos hablo odio y digo: Les he reunido aquí a todos porque deseo con todas mis fuerzas matar a alguien. Los asistentes no se extrañaron mucho, pues el odio –el que estaba hablando- siempre quiere matar a alguien porque es su obsesión. Sin embargo todos se preguntaron entre sí quien sería tan difícil de matar para que el odio los necesitara a todos.
“Quiero que maten al amor”, dijo. Muchos sonrieron malévolamente, pues más que uno le tenía ganas.
El primer voluntario fue el mal carácter quien dijo: “Yo iré y les aseguro que en un año el amor habrá muerto, provocaré tal discordia y rabia que no lo soportará”. Al cabo de un año se reunieron otra vez y al escuchar el reporte del mal carácter quedaron tan decepcionados. “Lo siento, lo intenté todo, pero cada vez que yo sembraba una discordia, el amor la superaba y salía adelante”. Terminando su alocución el mal carácter.
Fue entonces cuando muy diligentemente se ofreció la ambición que haciendo alarde de su poder dijo: “En vista de que el mal carácter fracasó; iré yo desviaré la atención del amor hacía el deseo por la riqueza y el poder. Eso nunca lo ignorará". Y empezó la ambición el ataque hacia su victima, quien efectivamente cayó herida, pero después de luchar por salir adelante renunció a todo deseo desbordado de poder y triunfó de nuevo.
Furioso por el fracaso de la ambición, envío a los celos, quienes burlones y perversos inventaban toda clase de artimañas y situaciones para despistar al amor, debilitarlo y lastimarle con sus dudas y sospechas infundadas. Pero el amor confundido lloró y pensó que no quería morir y con valentía y fortaleza supero sus dudas y así se impulso sobre ellos y los venció.
Año tras año, el odio siguió en su lucha enviándole a sus más hirientes compañeros. Envió a la frialdad, al egoísmo, la indiferencia, la pobreza, la enfermedad y muchos otros que fracasaban siempre porque cuando el amor se sentía desfallecer tomaba de nuevo fuerzas y a todos le superaba.
El odio convencido de que el amor era invencible les dijo a los demás: “Nada que hacer. El amor ha soportado todo, llevamos muchos años insistiendo y no lo hemos logrado”.
De pronto de un rincón del salón se levantó un sentimiento poco conocido que vestía de negro con un sombrero gigante que caía sobre su rostro y no le dejaba ver. Su aspecto era fúnebre como en de la muerte. “Yo mataré al amor”, dijo con seguridad. Todos se preguntaron quién era ese que pretendía hacer solo lo que ninguno había podido. El odio dijo: “Ve y hazlo”.
Tan solo había pasado algún tiempo cuando el odio volvió a llamar a los malos sentimientos para comunicarles que después de mucho esperar que por fin el amor había muerto. Todos estaban felices pero sorprendidos. Entonces el sentimiento del sombrero negro habló: “Ahí les entrego al amor totalmente muerto y destrozado”. Y sin decir más se marchó.
“Espera” dijo el odio, en tan poco tiempo lo eliminaste por completo. Lo desesperaste y no hizo el menor esfuerzo para vivir. ¿Quién eres?
Contesto. Soy la rutina.
El sentimiento se levantó y por primera vez mostró su rostro y dijo soy la rutina que destruyo todo.
que delicioso relato y que gran enseñanza contiene... me estremece tu forma de escribir,felicidades y mucho amor querido amigo
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