VICTOR MANUEL GUZMAN VILLENA
No es necesario ser un lince para advertir que en nuestra época se opera una transformación radical en lo que se refiere a la importancia de la palabra escrita. La invasión de la imagen y los medios audiovisuales han producido una fuerte conmoción en ese aspecto, hasta el punto de que hay quien preconiza seriamente que, a la larga, la palabra escrita desaparecerá.
Algo semejante a lo que ocurrió a raíz del invento de la imprenta, que asestó un duro golpe a la tradición oral y que sembró el pánico entre los juglares y trovadores que iban de pueblo en pueblo relatando sus historias o sus fantasías. Algo parecido a lo que ocurrió con el advenimiento de la radio, de la que se dijo que acabaría con los periódicos; o de la televisión de la que se dijo que acabaría con el cine; o del disco que iba a dejar en paro a las orquestas, etc. El hombre tiene vocación de sepulturero y todavía no se ha percatado de que la sutil complejidad del mundo que se incrementa irrefrenablemente al compás de la historia, pone en marcha, una y otra vez la ley del péndulo, la ley de la compensación. O dicho de otro modo que los anticuerpos están ahí, siempre atentos, con sus autodefensas peculiares y que en definitiva cabemos todos.
A mi juicio, pues, quienes preconizan la muerte de la palabra escrita y de su exponente más noble el libro, cometen el mismo error que cometiera Julio Verne, al profetizar la muerte de la novela en manos del periódico. Los periódicos han arañado el género novelístico, pero de un modo muy superficial. En primer lugar, porque cuando dan la noticia carecen de la necesaria perspectiva para valorar su alcance; en segundo lugar, porque su caudal informativo es exagerado y, a menudo contradictorio. En efecto, muchos de los rumores, incluso los transmitidos por las agencias solventes a la postre se revelan infundados, lo cual deja al novelista intacto, el ruedo que le corresponde, que le es propio, el filtraje de los hechos, sus análisis minucioso y, lo que es más importante su desenlace, su conclusión final.
(Artículo escrito en octubre de 1985 para el Diario La Verdad)
Interesante introducción a un tema tan actual y que preocupa, indudablemente, al mundo lector y escritor. Permitidme deciros que el enfoque al tema lo considero un poquitín desajustado. La palabra escrita no morirá, lo que sí puede extinguirse es el material donde, actualmente, aún grabamos nuestra escritura, es decir, el papel. Los libros cambiarán su formato, su constitución, etc. pero la palabra escrita seguirá grabando los blancos y/o coloridos espacios en el computador o donde el ser humano determine colocarlas. Así es que, amigos(as) míos(as), seguid escribiendo, que la escritura y el lugar donde ella se acurruque en sílabas, frases, párrafos, etc... siempre estará disponible.
ResponderEliminarPor lo menos en estos instantes, no tenemos que estar aspirando nuestras bibliotecas ni persigueido arañas y ácaros que nos hacían compañía...¡No! Por ahora, hemos perdido esa delicia de tener un libro entre manos, bajo el brazo, en nueros estantes, sobre la cubierta del velador....., pero hemos ganado en muchos otros aspectos. Por ejemplo: en la parte económica para la adquisición de ellos, lo cual amplia el espacio informático, especialmente, entre nuestros infante y en nuestra juventud
¡Una cosa por la otra! Por lo tanto: "París bien vale una misa..."¿O no?
Amparo Díez del Río
República de Chile