VICTOR MANUEL GUZMAN VILLENA
M..M:.
Todos somos invento del amor y por tanto hemos sido creados para amar. Somos alambres conductores de la corriente de alta tensión del amor, por eso no debe existir el amor propio en nosotros, porque el amor propio es aislador del amor; por eso debemos amar a los otros como si fuera a nosotros mismos, porque amarnos más a nosotros mismos es interferir el amor y ser egoístas. El humano es la única criatura que puede amar con sentido en todo el universo. Todo humano no es una pasión sin sentido, sino que es una pasión cuyo sentido es el otro.
Con esta breve introducción podemos afirmar que el amor es una dualidad de sucesos. Es temporal, porque el amor pasa; se suceden por etapas más o menos apasionadas, las rupturas, los encuentros… Pero el amor supone también un desafío a la eternidad, porque quiere ser vivido al margen del tiempo, esperando que sea absoluto, definitivo, completo.
Así, cada vez que amamos, nos escabullimos del tiempo para adentrarnos en una eternidad posible. El amor y la pasión ignoran el tiempo.
El que ama vive conjugando un rabioso presente y una inconsciente eternidad. Si hablamos de la pasión, todas estas características se agudizan. El amor perdido crea una eternidad que tiende al pasado. Manifiesta su existencia en cuanto que esa eternidad tienda a desdibujarse. Se provoca, en ese momento, una fuga del fluir temporal, donde los acontecimientos que pasan a reposar en el pasado, se desvinculan de la actualidad y tienden a la desintegración, al olvido.
La memoria humana lucha por evitar esa opacidad de lo vivido que ya no está. Rescatar el pasado para prestar su intensidad al presente ha sido una empresa constante de los humanos. Si esta idea se circunscribe a un ámbito personal, reconozcamos que la mera actualidad puede ser vivida de manera desinteresada y ajena. El futuro, indescifrable, no nos penetra. El pasado, en cambio, es una región conocida pero todavía fecunda y, por la propia naturaleza indagatoria del humano, nunca abandonada. Para que fuese posible vivir del amor, hay que provocar lo que puede llamarse una fuga del tiempo.
Aislado de su contexto, cristalizado por el poderoso flujo del suceso que ya no forma parte sólo del pasado. Éste se constituye como un germen de lo que sucede contemporáneamente y da sentido completo a la vida. Así, el pasado ya no es "lo pasado", porque pierde su apariencia fantasmal y reivindica su actualidad. Extraído de ese panorama olvidado, siempre pendiente de ser enajenado por la memoria que le insufla una realidad extratemporal. La vía de la memoria se convierte en el instrumento para crear una erótica del tiempo, una recuperación de sensaciones pasadas, que no pretende sólo una recreación, sino que trata de hacer que placer y memoria se igualen. Un ejemplo de ello es la invocación de una sensación pasada, que debe despertar la memoria del cuerpo, los labios, la piel… que son los que podemos recordar. El cuerpo parece tener capacidad cognoscitiva, al menos en la esfera sensual, indeleble. El cuerpo siente, pero también piensa, recuerda… el cuerpo sabe. Equivalencias similares las hallamos donde la memoria acapara la erótica más espléndida de nuestro ser, y así estamos dando un nuevo giro en la elucubración por el tiempo y la memoria o para la Vida, memoria y placer se aúnan en un todo.
El placer es la memoria y la memoria la auténtica vida de todos. A veces, la memoria no necesita un catálogo completo de experiencias. Lo pasajero, lo fugaz, crea todo un universo de sensaciones. Basta un instante mínimo, quizá furtivo y veloz para quedar patentado en nuestras vidas. La atracción no necesita ningún otro estímulo. La mirada sólo necesita la confrontación con lo bello, pese a la parquedad temporal del encuentro. En cierta forma, podríamos hablar de una erótica esencialista, donde la intensidad priva sobre cualquier otro aspecto. Las fórmulas de los antiguos magos greco-sirios, nos piden volver a la dorada juventud junto a su amante, la a belleza, al amor, aunque sólo fuese durante una hora. Yo pido la eternidad que dura lo que la pasión. Esta eternidad es creada con los estímulos de la memoria y la riqueza de las sensaciones que su renovación nunca agota. Señalemos que ante los embates y desazones del tiempo nos queda sólo la memoria. El dolor y la vejez desaparecen, aunque sólo sea por un instante, pero el agotamiento que es la vida que sólo puede soportarse si nos acercamos a lo que nos supera.
Les invito a rebasar los límites del conocimiento, estableciendo nuevos órdenes entre palabras y cosas, utilizando la múltiple variedad de herramientas que proporciona la experiencia humana, como son vivir de momentos pequeños, miradas, divagaciones solitarias. Así conseguiremos que pasado y presente, excluidos del tiempo, se confundan en nuestros cuerpos y se fundan. Hay que templar al ser amado en la memoria, consiguiendo su renovación, mediante una elocuencia de los cuerpos que sobrepasa el tiempo.
El que ama vive conjugando un rabioso presente y una inconsciente eternidad. Si hablamos de la pasión, todas estas características se agudizan. El amor perdido crea una eternidad que tiende al pasado. Manifiesta su existencia en cuanto que esa eternidad tienda a desdibujarse. Se provoca, en ese momento, una fuga del fluir temporal, donde los acontecimientos que pasan a reposar en el pasado, se desvinculan de la actualidad y tienden a la desintegración, al olvido.
La memoria humana lucha por evitar esa opacidad de lo vivido que ya no está. Rescatar el pasado para prestar su intensidad al presente ha sido una empresa constante de los humanos. Si esta idea se circunscribe a un ámbito personal, reconozcamos que la mera actualidad puede ser vivida de manera desinteresada y ajena. El futuro, indescifrable, no nos penetra. El pasado, en cambio, es una región conocida pero todavía fecunda y, por la propia naturaleza indagatoria del humano, nunca abandonada. Para que fuese posible vivir del amor, hay que provocar lo que puede llamarse una fuga del tiempo.
Aislado de su contexto, cristalizado por el poderoso flujo del suceso que ya no forma parte sólo del pasado. Éste se constituye como un germen de lo que sucede contemporáneamente y da sentido completo a la vida. Así, el pasado ya no es "lo pasado", porque pierde su apariencia fantasmal y reivindica su actualidad. Extraído de ese panorama olvidado, siempre pendiente de ser enajenado por la memoria que le insufla una realidad extratemporal. La vía de la memoria se convierte en el instrumento para crear una erótica del tiempo, una recuperación de sensaciones pasadas, que no pretende sólo una recreación, sino que trata de hacer que placer y memoria se igualen. Un ejemplo de ello es la invocación de una sensación pasada, que debe despertar la memoria del cuerpo, los labios, la piel… que son los que podemos recordar. El cuerpo parece tener capacidad cognoscitiva, al menos en la esfera sensual, indeleble. El cuerpo siente, pero también piensa, recuerda… el cuerpo sabe. Equivalencias similares las hallamos donde la memoria acapara la erótica más espléndida de nuestro ser, y así estamos dando un nuevo giro en la elucubración por el tiempo y la memoria o para la Vida, memoria y placer se aúnan en un todo.
El placer es la memoria y la memoria la auténtica vida de todos. A veces, la memoria no necesita un catálogo completo de experiencias. Lo pasajero, lo fugaz, crea todo un universo de sensaciones. Basta un instante mínimo, quizá furtivo y veloz para quedar patentado en nuestras vidas. La atracción no necesita ningún otro estímulo. La mirada sólo necesita la confrontación con lo bello, pese a la parquedad temporal del encuentro. En cierta forma, podríamos hablar de una erótica esencialista, donde la intensidad priva sobre cualquier otro aspecto. Las fórmulas de los antiguos magos greco-sirios, nos piden volver a la dorada juventud junto a su amante, la a belleza, al amor, aunque sólo fuese durante una hora. Yo pido la eternidad que dura lo que la pasión. Esta eternidad es creada con los estímulos de la memoria y la riqueza de las sensaciones que su renovación nunca agota. Señalemos que ante los embates y desazones del tiempo nos queda sólo la memoria. El dolor y la vejez desaparecen, aunque sólo sea por un instante, pero el agotamiento que es la vida que sólo puede soportarse si nos acercamos a lo que nos supera.
Les invito a rebasar los límites del conocimiento, estableciendo nuevos órdenes entre palabras y cosas, utilizando la múltiple variedad de herramientas que proporciona la experiencia humana, como son vivir de momentos pequeños, miradas, divagaciones solitarias. Así conseguiremos que pasado y presente, excluidos del tiempo, se confundan en nuestros cuerpos y se fundan. Hay que templar al ser amado en la memoria, consiguiendo su renovación, mediante una elocuencia de los cuerpos que sobrepasa el tiempo.
Hermoso y profundo escrito sobre el amor , su maravillosa atemporalidad , su presencia siempre presente , la vivencia que nos acompaña siempre...
ResponderEliminarme ha estremecido profundamente tu texto,cuanta razón hay en tus palabras... me fascinas profundamente...un saludo,mi mas profunda admiración y mucho amor...
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