viernes, 27 de febrero de 2009

LA VOZ DEL VIENTO


VICTOR MANUEL GUZMAN VILLENA

Nadie sabe lo que es el viento. La definición que nos facilita el Diccionario de la Real Academia no puede satisfacernos: “Corriente de aire producida en la atmósfera por causas naturales”. Lo mismo daría que se dijera del hombre que es un ser bípedo dotado de la suficiente energía para echar a andar.

Lo primero que se observa cuando sopla el viento es que hay cosas que cambian de forma, los árboles, el humo, la superficie marina y otras que permanecen enquistadas, con perfecta indiferencia como un edificio de cemento o la soberbia estatua de un ilustre ciudadano de cualquier ciudad. El viento es revulsivo como un purgante, desplaza los objetos, nos trae palabras lejanas y hay un momento en que esperamos de él que nos deposite en las manos aquello que esperábamos desde quien sabe cuando. El viento es amigo del verano y a la vez enemigo de los sombreros y de los peinados de las damas. Al viento le gusta decapitar, a su paso todo tiembla, mientras que en los cementerios el viento queda ridículo porque los nombres de los muertos no le hacen ningún caso. Los marinos cuentan con un rico vocabulario referido al viento. 

Hay vientos largos, los hay calmosos, los hay de temporada. Se puede “beber los vientos” por una linda mujer, luchar “contra viento y marea”, marcharse con “vientos frescos”. A veces corren “malos vientos”, pero es factible “hurtar el viento” (ir contra él). A veces todo va “viento en popa”, a veces el “viento salta”, muchas penas “se las lleva el viento” y, por descontado “quien siembra viento cosecha tempestades”. Hay personas tan alérgicas al viento que en cuanto éste sopla pierden el sosiego e incuban ideas locas. Hay otras para las que el viento es un estímulo vital. Los aviones gustan del viento en cola y hay pájaros que juguetean con él y otros que buscan cobijo en las rocas. La “rosa de los vientos”, es una expresión hermosa. Hay “remolinos de viento” que son la viva estampa del esfuerzo vano, del círculo vicioso, de la inutilidad.

En el mundo de los símbolos el viento es el aspecto activo, violento, del aire. Se le considera el elemento primero, por su equivalente al soplo - hálito- dador de vida. En árabe, algo parecido ocurre en el hebreo la palabra Ruth significa a la vez aliento y espíritu. Los egipcios y los griegos solían atribuir al viento influencias malévolas; los japoneses lo adoraban, porque los había protegido siempre de los intentos de invasión enemiga. Hay vientos que barren las nubes que azulean el espacio, otros que lo embrutecen. Hay vientos gélidos y los hay tórridos, que embotan el cerebro y relajan el yang del cuerpo. Los vientos del desierto son capaces de sepultar mientras que los andinos de derrumbar. Nadie como el masón Jan Sibelius ha hecho silbar y trompetear, a través de la música el viento. Su poema Finlandia es una muestra de ello. Cuando él era niño vagaba por los bosques donde escuchaba el abecedario del viento. Esta fascinación le reflejó en la música y en las horas silenciosas que empleó para producir esa forma creadora de los ritos.

La palabra escrita es insuficiente para describir el viento. Sería preciso inventar un idioma onomatopéyico eficaz. Algunas obras pictóricas abstractas sugieren, a golpe de espátula, lo que el viento puede ser. Resumiendo, el viento por lo común excede a las posibilidades de las letras y las artes. Nadie sabe lo que el viento se llevó, pero contemplando a los árboles en verano podríamos pensar que el viento es la guadaña, que el viento es la muerte que vence a la muerte y los transforma en vida porque lleva sus semillas muy lejos.
(Artículo escrito en septiembre 1987 para el diario La Verdad)

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