VICTOR MANUEL GUZMAN VILLENA
M:. M:.
La fortaleza es el hábito de superar las dificultades.
Siendo un don de nuestro espíritu, se convierte en una fuerza que resiste y
acomete según la necesidad del momento. Es un valor increíble a quienes asiste
en los trances más difíciles de la vida, para ello es necesario generar esa
energía en el interior de nosotros para
así poder afrontar las dificultades, retos y esfuerzos que la vida plantea
continuamente, y de lo que no podemos escapar y soportar un dolor, una
molestia, superar un disgusto, dominar la fatiga, el cansancio, la tristeza.
La fortaleza es la capacidad para realizar esfuerzos sin
quejarnos, sin amenazarse ante los problemas y es allí, en ese momento que
podemos superar los miedos, aguantar el cansancio, las desmotivaciones ante
cualquier sufrimiento o contratiempo. Para ello se requiere del coraje en la
superación de todo lo que se opone a la consecución del bien, saber acometer lo
que se debe hacer. Sin embargo, los filósofos clásicos no dudan en afirmar que
el acto principal de la fortaleza consiste en saber resistir. Pero yo creo que
es mejor eliminarlo de nuestro yo, ya que si no conseguimos una solución al
problema no ganamos nada dejando latente y preocupándonos.
Todos sin excepción tenemos debilidades, pero la educación escolástica ha
contribuido a crear una abundante masa que no ha sido educada en la fortaleza y
que se altera a la menor contradicción, a sus gustos, a su bienestar, a su
comodidad, es por eso que tenemos que aprender a dominarnos, para que más tarde
no seamos vencidos por la vida. Por lo que es necesario crear esa capacidad de
adaptación mental a las circunstancias; cualquiera que sea el medio por el que
se alcance ya sea descansando, reflexionando, hablando, jugando, madurando,
teniendo optimismo, cada quien tiene sus medios y usa el más adecuado para sí,
pero todos esos medios para alcanzar la fortaleza, siempre consistirán en una
adaptación de la mente.
La fortaleza abarca tres grandes campos: a) acometer las dificultades superables; b) resistir los insuperables con paciencia que es el vencimiento de la tristeza para no decaer ante los sufrimientos ya físicos, ya espirituales; y, c) mantenerse firme mientras dure el esfuerzo , es decir la constancia, que es la virtud que nos conduce a llevar a cabo lo necesario para alcanzar las metas que nos hemos propuesto, pese a dificultades externas o internas, o a la disminución de la motivación personal por el tiempo transcurrido. La constancia se sustenta en una fuerza de voluntad sólida y en un esfuerzo continuo para llegar a la meta propuesta, venciendo las dificultades e incluso venciéndonos a nosotros mismos.
La fortaleza siendo una virtud, es muy necesaria porque hacer el bien exige esfuerzos frecuentes. Sólo quien se exige consigue avanzar. Cualquiera lo reconoce. Cada cosa tiene su precio y el esfuerzo forma parte de lo que debe pagarse. Tanto la adquisición de cualidades como la obtención de éxitos van precedidas de batallas no siempre fáciles y esa es la gran virtud de la vida, como lo es la virtud de los enamorados; la virtud de los convencidos; la virtud de aquellos que por un ideal que vale la pena son capaces de arrastrar los mayores riesgos; la virtud, en fin, del que sin desconocer lo que vale su vida – cada vida es irrepetible– la entrega gustosamente, si fuera preciso, en aras de un bien más alto.
La necesidad de lograr la fortaleza es evidente en el transcurrir de nuestra vida y no necesita mayores razonamientos, aunque puede darse esta explicación: Cuando se comete una falla, se siente que se ha cometido un mal, y nuestra conciencia se inquieta y deviene en una lucha, originando una tensión entre lo que podríamos llamar bien o mal. Y allí es el estado en que el humano sensible desea obrar correctamente, la de vencerse a sí mismo, de superar las acciones equivocadas que nacen y se quedan en su interior y que muchas veces nuestra imaginación inventa y nos presenta como grandes problemas, pero en realidad no lo son tanto. Las causas de exagerar las dificultades suelen proceder de la comodidad, la debilidad, el pesimismo, el verlo como obligatorio, etc. En estos casos, la situación se imagina más oscura y las soluciones más pesadas de lo que son en realidad y que nos impide poner a prueba nuestra fortaleza.
También es importante el ideal personal, que
es el que capta como somos en realidad. Canaliza todos los impulsos que tenemos
y que nos orienta en una misión concreta, es decir nos conocemos y sabemos que
tareas realizar para lograr una meta. El ideal personal une ideas más fuerza, para que nuestra vida se organice y tenga
coherencia. Ese ideal a su vez tiene dos corrientes: ideal del ser y el ideal
de obras. Todos caminamos por estos dos senderos para lograr llegar a buen
puerto.
Ideal del ser: toda persona debe encontrar “qué es lo que le mueve el piso”. Cuáles son sus inclinaciones, a qué es sensible, que lo hace feliz. Y lo descubre a través de sus propias vivencias. Cuando ya se conoce, y sabe que es lo que lo impulsa, reconoce cuál el don que enriquece todo su ser. Ese don toma todo lo que somos sicológicamente, lo sana y le da el vigor para saber a dónde ir. Quien encuentra y clarifica ese tesoro que encierra su ser y personalidad, tiene en sus manos la raíz del ideal personal que orienta nuestras vidas a la magnanimidad, es decir a que debemos tener un espíritu grande, un corazón amplio y generoso, que se pregunte todos los días ¿Qué más puedo hacer?, porque busca darse sin medida.
El ideal de obrar en cambio son todas las acciones que debemos enfrentar como ciudadanos, como profesionales, como familia, esforzándonos en nuestras capacidades, sean intelectuales, físicas, morales y espirituales. Al cumplir con esas labores el humano descubre cuál es su misión. Ese llamado que se le hace a cada uno y a que consagre todo sus esfuerzos poniendo en juego las capacidades y dones que la naturaleza le ha dado en favor de los demás.
Ideal del ser: toda persona debe encontrar “qué es lo que le mueve el piso”. Cuáles son sus inclinaciones, a qué es sensible, que lo hace feliz. Y lo descubre a través de sus propias vivencias. Cuando ya se conoce, y sabe que es lo que lo impulsa, reconoce cuál el don que enriquece todo su ser. Ese don toma todo lo que somos sicológicamente, lo sana y le da el vigor para saber a dónde ir. Quien encuentra y clarifica ese tesoro que encierra su ser y personalidad, tiene en sus manos la raíz del ideal personal que orienta nuestras vidas a la magnanimidad, es decir a que debemos tener un espíritu grande, un corazón amplio y generoso, que se pregunte todos los días ¿Qué más puedo hacer?, porque busca darse sin medida.
El ideal de obrar en cambio son todas las acciones que debemos enfrentar como ciudadanos, como profesionales, como familia, esforzándonos en nuestras capacidades, sean intelectuales, físicas, morales y espirituales. Al cumplir con esas labores el humano descubre cuál es su misión. Ese llamado que se le hace a cada uno y a que consagre todo sus esfuerzos poniendo en juego las capacidades y dones que la naturaleza le ha dado en favor de los demás.
Cuando se tiene claro el ideal personal descubrimos que este nos enaltece, porque tomamos conciencia de ese valor que cada uno tiene como persona. No se debe confundir este sentimiento con el orgullo y la soberbia que busca la grandeza personal y que nos aleja de la humildad de acción. Esta grandeza va muy ligada a nuestra forma de ser, porque tenemos que ser agradecidos por los dones y talentos que la naturaleza nos concedió. Y eso es la diferencia de una persona con otra, la experiencia personal que no le pertenece a la masa, al rebaño.
COMO LOGRAR LA FORTALEZA
Todos quisiéramos ser fuertes, pero eso no
se logra de un día para otro, hay que ir entrenando. Para lograr la fortaleza
hay que ser fuerte, potencializando
nuestros dones, conocimientos y habilidades, ya que en caso contrario somos débiles.
Igualmente hay que prever las dificultades, ya que cuando buscas algo
bueno siempre los encontrarás. Si te
imaginas las dificultades desde antes, les perderás el miedo, y cuando vengan
las podrás resolver mejor que si te toman por sorpresa. También hay que abrazar
con generosidad las pequeñas molestias de cada día como es el frío, el calor,
los dolores, los problemas, las ingratitudes, las críticas de otros, las cosas
que no salen como uno quiere. Este es el único modo de ir volviéndose fuerte de
espíritu, para cuando venga un dolor grande como puede ser una enfermedad
grave, una muerte, una tragedia, una tentación grande. Todas estas acciones que
cuestan realizar van fortaleciendo más tu fortaleza.