domingo, 13 de octubre de 2013

LA MUERTE: PUERTA DE MISTERIO


VICTOR MANUEL GUZMAN VILLENA


Morir no tiene por qué ser necesariamente un acontecimiento desgraciado. Lo es, sin embargo, la mayoría de las veces. Esto se debe a que seguimos creyendo este suceso desde una visión muy pobre y distorsionada de su esencia y significado. Estamos fuertemente condicionados para ver en la muerte sólo a una enemiga. Pero ¿Por qué habría de serlo? Esta sencilla reflexión puede bastar y permitirnos obrar sensatamente en esas circunstancias que son, es obvio decirlo, en extremos delicados.

Es preciso tener un punto de vista más preciso sobre estos hechos. Aprender a encausar adecuadamente el proceso de morir para hacer posible una muerte digna. Ayudar a que la persona pueda entrar en ella como entró en la vida, suavemente, con la armonía y belleza que tienen los hechos propios de la naturaleza.

Ciertamente, morir es mucho más que la mera extinción de los signos vitales del cuerpo físico. Por esa es la mirada habitual con la que estamos identificados. Aquí quiero mostrar cómo vive una persona ese proceso. Como es recibir la propia muerte. En otras palabras, cómo se muere la existencia y se abandona el cuerpo y con él el mundo fenoménico. Porque así es como se muere un ser humano. Esta es su verdadera muerte.

La tarea de morir va a significarle a esa persona tener que reacomodar su relación con el mundo, intentar despedirse bien de sus familiares y amigos, reflexionar (cada uno lo hará a su manera) sobre el posible significado de su paso por esta vida, revisar su aprendizaje y ponerse de acuerdo  en todas sus actuaciones más importantes  de su paso terrestre antes de su partida.

Por otra parte, el desconocimiento de lo que pueda ocurrir luego de producida la muerte suele provocar intensos temores. Otras veces el miedo es a la soledad. Morir es como quedar absolutamente solo, sin ninguna protección, como cuando éramos niños. Eso atemoriza. Los apegos de todo tipo también dificultan mucho el relajarse para morir bien. Dejar, o mejor dicho soltarnos de las personas y cosas que uno ama y necesita puede resultar muy penoso y hasta angustiante.

Hay veces en que la persona está preparada para su partida, hizo una buena elaboración, pero es interferida por algún familiar que no quiere aceptar esa muerte. Aunque puede resultar asombroso, muchas veces, algunas personas postergan su partida como dándole tiempo para elaborar esa despedida. Esa es una situación muy conmovedora. Por eso se necesita la ayuda de la familia. 

También se ha observado la misma postergación en espera de la llegada de un amigo o familiar ausente. Otras veces la persona siente que todavía no ha concluido con sus actividades en la vida, que tiene demasiadas cosas pendientes por hacer. Es lo normal en los jóvenes y lo habitual en las personas acostumbradas a postergar. Les resulta particularmente lamentable morir.

Luego se inicia el repliegue de conciencia que en medicina se llama estado de coma, en el primer estadio. Aquí prefiere permanecer silencioso y con los ojos cerrados la mayor parte del tiempo. Creo que en ese momento se inicia o se acentúa una apertura de la conciencia a una dimensión diferente de la realidad. No debe ser estimulado ni llamado a nuestra realidad. De este primer estadio retorna varias veces espontáneamente. Si está tranquilo y sin miedo es posible que nos regale algún comentario de esa experiencia con el que nutrimos nuestro aprendizaje y nuestro asombro. Con el correr de las horas o los días, según el caso, esta situación se profundiza hasta que llega un momento en que sentimos claramente que perdimos contacto. Se produjo la muerte clínica, la abstracción total y definitiva.

Lamentablemente, dadas nuestra noble incomprensión y aun nuestra insensibilidad con respecto a estos temas, lo habitual es que la persona muera en una gran soledad. Con miedos y preguntas que no tuvo a quién formular (la gente rehúye a hablar de cosas tristes) Sabiendo que debe seguir avanzando hacia lo desconocido, tal vez, sin sentirse preparado o siquiera acompañado en ese trance. La muerte es una puerta que se abre al misterio de lo desconocido. Se requiere coraje, también preparación para cruzarlo con confianza, celebrando el tránsito con una sonrisa en los labios. Pocos mueren así.

El significado de la muerte en las enseñanzas tibetanas no es más que otro momento de practicar la atención y constituye la más liberadora de las meditaciones. La muerte es el momento de la verdad, cuando nos enfrentamos cara a cara con la realidad. En el Tibet, el morir es visto como un proceso de purificación, ya que a través de él se retorna a la clara luz, a nuestro estado natural e intrínseco de luminosidad, para disolvernos en él. En el momento de la muerte, surge para todos está clara luz de la realidad. En su naturaleza radiante, conocida algunas veces como Rigpa, el despertar iluminado. Sin embargo para beneficiarse de ese momento de la verdad, para conseguir la liberación se debe estar preparado. De otro modo, ese momento pasará de lado sin que se dé cuenta.

En otras culturas a la muerte la describen como un gran orgasmo donde las fronteras del yo se diluyen y “dentro” o “fuera” son dimensiones que dejan de existir. En ese instante se producen profundos cambios fisiológicos y eléctricos acompañado por un estallido de energía. Las ondas emitidas por el cerebro se modifican radicalmente situando a la persona en un verdadero estado alterado de conciencia y su organismo libera  una gran cantidad de endorfinas que acuden directamente a drogar las neuronas y con ello exhala su último suspiro.

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