sábado, 14 de julio de 2012

EL ENTUSIASMO


VICTOR MANUEL GUZMAN VILLENA

Nadie nace conociendo el aburrimiento. En la mañana de nuestra existencia, cualquier cosa sencilla es motivo de asombro. Pero en algún punto de nuestro camino a la edad adulta perdemos el entusiasmo, no porque seamos sabios sino porque lo creemos erróneamente como algo pueril. El verdadero entusiasmo del adulto no es ya el ardor del niño por conocer todo lo nuevo, sea un sonido, un olor, un movimiento, sino la madurez de aquel don que recibimos al nacer, ya atemperado y moldeado por la experiencia, el buen juicio y la jovialidad. La palabra “entusiasmo” procede del griego y significa estar poseído por un dios. Es el secreto a voces, tan común e infatigable como el sol, que presta alegría y sentido a nuestros días, con tal que no lo menospreciemos.

La fuente del entusiasmo es el conocimiento. Si aprendemos algo volvemos a ser niños en relación con la cosa aprendida, pero a la vez esto equivale a confesar la ignorancia en que estábamos de ella. El libre juego de nuestras facultades  nos nutre de entusiasmo. Demasiado a menudo, por ejemplo, usamos nuestra vista como un instrumento, raras veces como fuente de goce. Igualmente el oído no lo sabemos utilizar y cuando descubrimos un sonido encantador de un ave, un insecto que se destaca por encima del bullicio que nos invade nos cobija un sentimiento de satisfacción el haberle descubierto y así recordamos el don de percibir y captar el mundo que nos rodea. Así aprendemos que el entusiasmo es, en parte, una atención despierta, el volverse a mirar, en vez de recogerse dentro de sí mismo como un caracol ultrajado. Sin el entusiasmo, somos como ciegos y sordos, y solo a medias conocemos el mundo en que vivimos.

El entusiasmo siempre tiene un propósito determinado que nos genera un goce. Es difícil ser entusiasta si se carece de un objeto en que fijar nuestro interés. En la vida de casi todas las personas llega un momento en que su propósito flaquea y el entusiasmo innato desaparece, lo que se lleva consigo algo de nuestro interés por la vida. Este embobamiento de la facultad para el entusiasmo puede producirse repentinamente a causa de alguna crisis o bien poco a poco, por el desgaste de la diaria existencia. Por ende el entusiasmo es como el motor del comportamiento. Quien está entusiasmado con algo, se esfuerza en sus labores y exhibe una actitud positiva ya que tiene un objetivo por cumplir. Un trabajador redoblará sus esfuerzos si sabe que puede acceder a un aumento de salario gracias a un buen desempeño; en cambio, si descubre que cualquier esfuerzo será en vano, es probable que pierda el entusiasmo.

La tentación de darnos por vencidos es muy grande, pero ese es, más que ningún otro, el momento de aferrarnos a nuestro entusiasmo. La mente humana es perezosa y no quiere que la molesten. Pero hay en ella alguna fibra resistente  (él punto mismo capaz de entusiasmo) que no se aherrumbra; se retira, tensa, y al soltarnos nos vivifica. Si creemos que es imposible entusiasmarnos por las condiciones actuales en las que nos tocó vivir, lo más probable será que jamás saldremos de esa situación. Es necesario creer en uno mismo, en la capacidad de hacer, de transformarse y transformar la realidad que nos rodea. Dejar de un lado toda la negatividad, dejar de un lado todo el escepticismo, dejar de ser incrédulo y ser entusiasta con la vida, con quienes nos rodean y con uno mismo.

No hay fórmula mágica que pueda revestirnos con la alegría de vivir. Viene a nuestra disposición a encontrar el camino. En verdad, el entusiasmo es esa misma disposición de ánimo. A veces implica aceptar las cosas tales como son; otras, significa atreverse a alterarlas sin doblegarse sino más bien ser impulsivo en audacia para lograrlo, sin que signifique que toda acción tiene sus riesgos. Y entre el extremo de pretender hacer el mundo nuevo y el de querer aislarle de él hay un punto medio que permite obrar con inteligencia y maduro entusiasmo Y así nuestra alma se convierte en un arte ante el mundo exterior, y entonces ya no nos desesperamos por querer saber qué sentido tiene la vida; le damos sentido con el propio existir. 


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