domingo, 9 de octubre de 2011

SIMPLES ACCIONES PARA LIBERARNOS


VICTOR MANUEL GUZMAN VILLENA

Ha visto usted lector en las entregas anteriores como de las acciones más sencillas de contemplación podemos construir nuestro camino interior que nos conducirá hacia la quietud interior, hacia la libertad respeto del ego. Es decir a la liberación del hechizo del yo que todavía se esfuerza por alcanzar un relativo éxito que propicie la dependencia del aplauso para estimular su vanidad.

Nuestra vida se compone de la cotidianidad que nos impone la sociedad. El ir a comprar a la tienda más cercana puede significar una pérdida de tiempo por su repetición y por su forma mecánica de ejecutarse. Pero si en ese camino lo encuentra como personal, lleno del sentido de lo humano, donde pone su interior en orden y se renueva desde su esencia, ha cumplido su objetivo de cambio, porque su actitud y la perspectiva s fueron las adecuadas.

Los múltiples caminos que atravesamos y que se enfila en la vida diaria, como es ir hacer las compras, ir al trabajo, ir hacer los pagos, retirar a sus familias, o cualquier otra acción cotidiana, hoy se recorre a toda prisa y mecánicamente, por eso nos llega a hostigar todo lo que hacemos, es como una carga y comenzamos a caernos tedioso a nosotros mismo de lo que estamos haciendo, porque nos sentimos obligamos a ejecutar de esa forma. Por el contrario, realizamos lo mismo con recogimiento interior lo que de todas formas vamos hacer, allí tendremos la capacidad de percibir toda nuestra quietud interior. Así mismo es cierto que, cuando caminamos conscientemente, los numerosos paseos de la vida diaria nos conducen al orden y la calma interior.


Por eso es recomendable utilizar a modo de ejercicio sencillas tareas cotidianas como, por ejemplo, barrer, planchar, lavar, cortas el césped del jardín, cocinar, cuidar de nuestras mascotas, sacar a pasear al perro. Precisamente esas tareas que para algunas personas pueden ser desagradables pueden convertirse de este modo en un camino hacia la serenidad interior. Cuando limpiamos y arreglamos nuestro dormitorio, nuestro rincón predilecto en la casa, nos olvidamos por completo de nosotros mismo. Entonces, no sólo ordenamos la parte externa, sino que también la interna de nuestra propia existencia. Sin embargo, lo importante en todo ello es la actitud interior que asumamos.

Cuando nos abandonamos del todo a la actividad que estamos realizando, sin pensar mucho, la simple repetición nos llevará a la quietud. Con todo, al considerar lo cotidiano como ejercicio, el objetivo no es sólo encontrar sosiego.Lo que interesa es, en último término, la liberación respecto al ego. Tal es el verdadero camino hacia la quietud, pues el ego siempre está reclamando algo. El objetivo del camino es aproximarse a la esencia interior. La característica como “poner la vida al servicio del ser”. La esencia, el ser, debe salir en nosotros la luz. El yo, que fanfarronea sin cesar, no debe seguir cerrando el paso a dicha esencia: El ejercicio es el camino interior, es por encima de todo, un ejercicio de abrirse a la esencia experimentable de la interioridad, esencia desde la que habla y nos llama el ser.

Para algunas personas, correr es un buen camino hacia la quietud. Sin embargo, lo importante es cómo corremos. Si cada día nos proponemos correr más y más rápido, estamos todo el tiempo corriendo bajo presión. Pero si nos abandonamos sencillamente a correr, la carrera puede liberarnos de todo lo que nos intranquiliza. Podemos combinar el movimiento uniforme con una palabra meditativa o abandonarnos sin más al movimiento. Eso suscita en el interior de nosotros una cadencia interior que nos sosiega. Olvidarse de uno mismo nos libera de cavilaciones. En vez de preocuparnos de los kilómetros que corremos, nos sumergimos en el hecho de correr, y así disfrutamos de la naturaleza que nos rodea, del sol que despunta, del viento, de la fresca fragancia que emite la naturaleza, del olor del bosque, de las praderas, de los campos cultivados. Fundimos la naturaleza con nuestra carrera, con nosotros mismo.

Ahora que estamos en la etapa de transportarnos en forma limpia, el ciclismo viene a ser el mejor modo de dejar en nuestras casas los vehículos motorizados que contaminan e impulsar la bicicleta como parte integral de la movilidad urbana, y de mejoramiento de la salud a través de esta actividad física, es un buen camino para serenarse. Aquí se trata una y otra vez de los mismos movimientos, que acontecen de manera casi mecánica. Abandonarnos a estos movimientos regulares nos infunde calma. Montar en bicicleta puede convertirse, en verdad, en símbolo de la vida plena. Precisamente cuando el camino se empina y he de pedalear con esfuerzo, puedo ver ahí una imagen de todas las montañas interiores y exteriores que debo superar en mi vida diaria. Es necesaria la perseverancia para seguir adelante cuando entro en crisis, cuando todo se me pone cuesta arriba. Este trayecto diario que podemos hacer en este vehículo puede ser una metáfora de nuestra vida, ya que vamos superándonos a nosotros mismos haciendo frente a las dificultades, fortaleciéndonos, luchando y triunfando al llegar a nuestra meta impuesta.

 
La jardinería es otra forma de tranquilizarnos. Remover en forma rítmica la tierra del jardín tranquiliza. Precisamente cuando entramos en contacto con la tierra podemos dejar a un lado nuestros pensamientos, siempre inquietos, en vez de ello, me percibo a mí mismo en mi interior. Trabajar la tierra me pone en contacto conmigo mismo, con mi cuerpo. Percibirme a mí mismo me transmite calma y quietud. Muchas personas buscan calma en los monasterios, en las oraciones, en largos paseos, pero muchos eligen de propósito el trabajo en el jardín o la huerta. El sencillo trabajo de jardinería, les ayuda a serenarse, el contacto con la tierra les hace bien. Para quienes padecen desasosiego neurótico o estados de depresión, el trabajo con la tierra es saludable. La tierra ayuda a mantener los pies en el suelo. Por esta expectativa de trabajar con la tierra, tengo mucho cariño por la figura del campesino, del labrador del campo como figura de nuestra vida, que en sus tareas suelta la semilla. Una parte de la semilla cae en el camino estéril que puede significar nuestros fracasos, y otra parte cae el suelo fértil, donde da el fruto de la abundancia de nuestros logros. El cultivo también es otra metáfora de la vida humana. El humano es como reino de las plantas: de noche se acuesta, de día se levanta, y la semilla germina y crece sin que él sepa cómo. La tierra por sí misma produce el fruto: primero la semilla, luego crece el tallo, después explota la flor, luego aparece fruto. Es un símil de nuestros días. En el campo del alma, crece sin que nos demos cuenta el fruto de nuestro cambio.

Otras optan por una actividad más enérgica, como, por ejemplo, partir leña o serrar madera con ritmo regular. Así, pueden descargar tensiones internas y agresividad. Estas actividades fatigan, pero cuando se siente exhausto, cansado allí ahuyenta el desasosiego y produce en su interior un efecto relajante y tranquilizador derivado de la regularidad del trabajo hecho. Otro ejemplo es barrer cuidadosamente con movimientos que se repiten una y otra vez hace bien al alma. Ese quehacer exterior es símbolo del quehacer interno. Barro toda la suciedad fuera de mí, me limpio de todo el polvo que se ha acumulado en mí y se ha posado sobre mi alma. Así toda la tarea exterior, cuando la realizo con esmero y atención puede convertirse en un camino hacia la quietud.

Allí les ofrezco la puerta y al atravesarlo descubrirán un nuevo camino hacía sí mismos y encontrarán la llave de sus corazones. Así todo lo que hacemos y observemos puede convertirse en figura de nuestro camino interior, del de la transformación, como una imagen que se fije en nuestro espíritu hasta que penetre el cambio cada vez más profundamente en el núcleo más íntimo de nuestro ser. Tengamos el valor de enfrentarnos con nuestra propia verdad para recorrer el camino hacia la quietud. Sólo así podremos encontrar ese camino a la serenidad interior.

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